Escucho Los días raros de Vetusta Morla justamente en un día de esos, un día raro. Hay días en los que por una razón u otra nos vemos en la obligación de salir de nuestra rutina. En mi caso ha sido la muerte de mi madre la que me ha sacado del carril diario. Y, así, en un día en el que estaría entretenida con mis obligaciones, con mis pequeños o grandes problemas del día a día, de repente, me encuentro con la vida desnuda frente a mí.

Al salirnos de nuestra rutina desaparece el disfraz de la vida y nos la encontramos de frente, limpia, enfocada, despojada de esa especie de sfumato que crean en torno a ella nuestros entretenimientos diarios. Y, de repente, una vez que algo realmente importante ocurre en nuestras vidas, no solo nos fijamos en nuestra “colección de medallas y de arañazos”, como dice la canción, sino que vemos la vida con una mayor amplitud, como un infinito del que formamos parte. Nos vemos como parte de un puzle que nos supera por su dimensión infinita.

Cuando el eje de nuestra vida cambia, bien sea por la muerte de alguien muy querido, por una enfermedad que nos imposibilita seguir viviendo igual, o por un cambio drástico de cualquier tipo en la vida, se producen momentos de claridad, de lucidez. Es un regalo que nos da la vida para que podamos volver a ordenarla sobre otros ejes, otros centros de gravedad. Una claridad que nos enseña que, a pesar del dolor, la vida tiene mucho para darnos aún. Como canta Vetusta Morla, que nos quedan muchos regalos por abrir, y monedas que al girar descubrirán su perfil. Que incluso sin nuestros seres más queridos, siempre vuelve a amanecer. Y lo hará también cuando nos toque irnos, como bien nos enseña Eñaut Elorrieta en su bello disco Fantasía: Eta gu gabe, hala ere, egunak argituko du.