e dice que el bienestar es un sentimiento individual, y a veces colectivo, que convierte nuestras vidas en aburridas y vuelve a los pueblos, dóciles y privados de cualquier emoción para alcanzar un ideal. El malestar, en cambio, es callejero y provocativo. Se afirma que los grandes cambios, las revoluciones y los deseos de una sociedad nueva son manifestaciones de ese malestar. Éste, por lo general, magnifica la crítica y la descalificación política. Y como, se puede deducir del texto, usamos el término “estado” no para referirnos a la institución de gobierno, sino a la vivencia de agrado o no del sujeto o de una colectividad.
Para algunos, la política parlamentaria, entendida de esta manera, es un “geriátrico”. Lo que vale es la política que se hace en la calle, confrontación y lucha. Nada por lo que uno no se juegue la vida, merecerá la pena comprometerse.
A la crisis económica y social, derivada de la pandemia del covid-19 y sus prescripciones de recorte de movilidad y de relaciones, se han unido el brutal impacto de la guerra causada por la invasión de Ucrania por parte de Rusia, con la derivada de las sanciones impuestas y previstas contra el régimen de Vladímir Putin; las diversas huelgas y la notable subida de los precios de productos básicos, con una inflación galopante. Todo ello no sólo están poniendo en riesgo la recuperación económica, sino misma la supervivencia de muchas empresas y del empleo, lo cual tiene una gran influencia en la vida de numerosas familias y personas concretas de nuestro entorno. Las instituciones públicas, con algunos titubeos y en el marco de sus respectivas responsabilidades, han decidido tomar cartas en el asunto. En primer lugar, para responder de forma urgente y eficaz a las urgencias del corto plazo y también para afrontar los cambios a medio y largo plazo subsanadores de los problemas estructurales, que se han detectando durante la pandemia aunque venían de antes.
Sin ningún atisbo de autocomplacencia, pues son muchos los desafíos que nos esperan sin tener clara su solución, el alto nivel de empleo y de protección social han hecho progresar de manera notable la sociedad vasca, resistiendo bastante bien las dificultades. Pero, a su vez, los recortes de toda índole, así como la situación geoestratégica y la dependencia energética que se ha generalizado, han hecho que el descontento generado se agudice cada vez más en quienes lo sufren de manera aguda. La digitalización de la actividad económica, sobre todo en la industria y en las oficinas; la transición energética, la falta de emprendimiento individual, la baja natalidad... impactan notablemente en las personas, sobre todo cuando ven peligrar su bienestar futuro. El estado de malestar se ha instalado en la opinión de amplios sectores de la población y ha incrementado la crítica y el pesimismo.
Tristemente, se está fomentando entre nosotros, un clima político tóxico, áspero, basado en la confrontación y la descalificación. La consecución del poder por cualquier medio es lo que importa: valen la desinformación, el bulo, la mentira, la violencia verbal, el mensaje simplista que la gente quiere oír, la pretensión de representar “a todo el pueblo” como supuesta prueba de posesión de la verdad, las promesas imposibles de realizar, las “grandes” palabras (bien común, condena, radicalidad responsable...) sin pensar en su contendido propio, la formación de bloques para que no haya escucha ni diálogo, etc. etc. Todo vale sin ningún respeto a la lógica, a la ética y, sobre todo, a la verdad. A veces recordamos aquello que decía Clausewitz: “La política es la continuación de la guerra por otros medios” y así le va a la política...
Se impone, más que nunca, un análisis profundo y veraz de la realidad social y política, evitando siempre el propio protagonismo y la acusación permanente del que no piensa como uno mismo. Ciertamente, hay muchas cosas que hacer y cambiar, pero la convivencia en una sociedad justa no se construye con grandes palabras y eslóganes populistas sino proponiendo avances parciales, con proyectos concretos y posibles con los medios que se poseen. Esto no son ideas reaccionarias ni anacrónicas. No queremos ocultar las injusticias que se dan entre nosotros, sino construir en cada momento el tejido social y político tan cuestionado por algunas organizaciones sociales, políticas y sindicales. Profundizar y extender el sentirse bien con uno mismo y con los demás es posible y, además, un compromiso ineludible. La esperanza de una sociedad mejor va más allá del miedo, la ira y el odio, apoyándose en la fidelidad a la verdad, la justicia y el trabajo en común. Lo hemos dicho en otras ocasiones, volvemos a repetirlo: “Si hemos salido de otras crisis, ¿por qué no lo vamos a hacer también ahora?”. * Etiker son Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y José María Muñoa