l libro más reciente de Mikel An-tza, alias político-literario de Mikel Albisu, es un relato de la historia de ETA tal como la sintió, y en parte la vivió, el que llegó a ser su jefe político durante un largo tiempo (Arroz urez, Txalaparta, 2021). Allí cuenta la visita a un tío y una tía y, tras larga charla, la pregunta de esta al despedirse: “¿Mereció la pena todo ese sufrimiento?” (p. 165). Obviamente se refería a ETA y su historia. El autor responde más adelante: “Yo le diría que sí, por razones que son sólo mías, que no puedo decir en público, pues podría hacer daño a mucha gente que ha sufrido con este contencioso”. Concluyendo que, tras la muerte de Franco, de responder a la pregunta “el aparato de justicia español que ni siquiera se ha puesto el disfraz de la transición democrática me pondría bajo sus pies” (p. 171).

El silencio de Antza se corresponde con su silencio ante la judicatura acerca del caso del asesinato del concejal del PP Gregorio Ordóñez. Representa, por tanto, una práctica que tiene implicaciones vinculadas con la propia ETA. Así lo da a entender en el libro antes citado (que se va a convertir en la base de este análisis): “Es parte de la naturaleza de una organización clandestina no dar noticia de si misma, ni tan siquiera para poner en duda las leyendas inventadas a su cuenta” (p. 57). La palabra euskérica “clandestina” tiene aquí el significado literal de “bajo el silencio” (isilpeko). ¿Por qué calla ETA? En la razón del silencio de ETA encontraremos la respuesta del silencio de Mikel Antza.

El silencio de ETA deriva de su estrategia político-militar. La forma inequívoca con la que una organización armada proyecta su ideología es marcando el surco de su propia práctica. Volviendo a Antza, vemos que en su libro establece una línea continua entre el secuestro asesinato del capitán de farmacia Martín Barrios en los 80 y el del concejal del PP Miguel Ángel Blanco en los 90 (p. 116). Da lo mismo que la primera de las acciones la cometa ETApm y la segunda ETAm. Lo que parece interesar a Antza es la continuidad de las acciones. Si ante el secuestro el Estado no responde con la exigida liberación de presos de ETA, entonces el secuestrado, como dice Antza, es “ejecutado”. Se cumple una acción que tiene el rango de ley en cuanto advertencia y castigo. No hace faltan palabras ni justificaciones. La acción basta por sí misma.

La práctica de ETA y la de los grupos de violencia callejera surgidos durante la “socialización del sufrimiento” (época del mandato político de Mikel Antza) tenía como objetivo el que toda la población vasca supiera que podía pasar si se transgredían sus mandatos. Era una práctica que trataba de imponer una ley que, de transgredirse, suponía un castigo. Y eso valía tanto para el policía, el ertzaina, el empresario o el simple viandante. La ley de ETA establecía una línea que separaba a los amigos de los enemigos. Lo ideal para ETA era que la gente lo entendiera sin necesidad de explicaciones, del mismo modo que aceptamos una multa de tráfico o la elaboración de la declaración de la renta. Y como se trataba de una ley en lucha con la ley del Estado, cuanto mayor fuera el miedo que impusiera, mayor sería la fuerza de su obligatoriedad.

Por eso, cuando ETA mató a Gregorio Ordoñez y comenzó la caza de, primero, el cargo público y luego el afiliado PP y del PSOE, el miedo se extendió por toda la sociedad porque la gente entendió que podía ampliarse el campo de los objetivos hasta el infinito. Luego caerían Eugenio Olaziregi (vendedor de bicicletas), Manuel Indiano (vendedor de caramelos afiliado al PP), Francisco Gómez Elosegui (funcionario de prisiones, afiliado a ELA), Ramón Díaz (cocinero del cuartel de Loyola, afiliado a CCOO), Santiago Oleaga (Director Financiero del Diario Vasco) y muchos otros. La Ponencia Karramarro de KAS (cúpula de la izquierda abertzale, incluida ETA) proclamó con nitidez victoriosa que el asesinato de Ordoñez había causado “un terremoto” no sólo en la sociedad vasca sino también dentro de la izquierda abertzale. ¿Es posible que la tremenda decisión de abrir una barrera para los objetivos de ETA extensible a los cargos políticos primero del PP, segundo del PSOE y luego a otras gentes no estuviera programada por la cúpula, de la que Mikel Antza era el jefe político? Resulta impensable.

Otro de los aspectos del silencio de ETA es recogida, en el libro de Antza, en la frase de uno de los fundadores de la sigla, Iñaki Larramendi, que dice: “No hablaré hasta que ganemos. Y no parece que hemos ganado, ¿no?” (p. 112). Decir que mereció la pena sería sinónimo de que se ha conseguido un logro a la altura de los medios y el tiempo empleado en ello. Sin embargo ¿qué tiene que ofrecer Mikel Antza tras 35 años de lucha político-militar? Como dice Larramendi, una no-victoria, un fracaso. La ETA del proceso de Burgos, la que Antza reivindica en su libro, prosiguió el método de la Guerra Popular que pretendía que las masas populares apoyaran y justificaran masivamente la legitimidad de su propia ley, los medios y las acciones utilizados en la lucha. No lo consiguió.¿Qué tiene que ofrecer a los militantes de ETA, que salen de forma poco gloriosa de la cárcel tras cumplir íntegras las penas? ¿O a los miembros de la izquierda abertzale, a los que les prometió una paz negociada y con contenidos políticos?

¿Por qué no dice Antza sus razones? ¿Qué es más grave para él? ¿El juicio de los tribunales españoles, ante los que sonríe? ¿O el del pueblo de Euskadi, que considera nefasta la aventura de ETA así como las razones que llevaron a ello? ¿Qué tiene que ofrecer Mikel Antza al tribunal del pueblo de Euskadi? Cientos de muertos, de encarcelados y de gente traumatizada como Consuelo Ordoñez. El silencio de Antza es comprensible. Porque si dijera la verdad, el rey, envuelto en la nada de su fracaso, quedaría desnudo. Y eso no supondría buena publicidad para la causa.* Doctor en Historia Contemporánea