a mejor manera de no saber quién es M. Rajoy es no ponerse a investigarlo, no hacer nada para saberlo por no tener ni haber tenido nunca la más remota intención de hacerlo, ni durante la instrucción ni en juicio, nunca, insisto. Desde un primer momento se trató esa suma de delitos como un asunto político y no solo criminal, de modo que había que hacer una criba de acusados e investigados, no fuera a venirse abajo la timba de un sistema corrupto hasta en sus letrinas. Con la certeza añadida de que parte del público que sigue el combate aplaudiría ese puñado de mañas de juego sucio para que su favorito no cayera derribado sobre la ciénaga.
M. Rajoy, duque de Patraña, tiene grandes, sólidos, firmes apoyos en la magistratura indecorosa, la prensa que de la mentira continuada hace negocio, la Policía política, paralela y subterránea, la banca de los golfos apandadores que se hizo con dineros públicos para poder seguir ahogando de manera impune a una parte considerable de la ciudadanía y perpetrar de paso negocios fabulosos; las eléctricas, los hormigones, las fábricas de armas, los banderines de enganche de matones poligoneros, llamados de manera pomposa Seguridad... Un albondigón de mierda que, en la medida en que se pueda, se evita sea del todo de dominio público. Y aun así, porque hay otra parte de la ciudadanía que vive tan a gusto en esas condiciones, esté o deje de estar informada en ese sentido.
Aquí lo que cuenta es la birra, el aperolito, el blanquito, las tapitas y los complementos de este y del otro, además de poder comentar las trapisondas y bobadas de lo que en el siglo XIX se llamaba «la monarquía usurpadora»... bonito. No hay clima social alguno para dejar claro que M. Rajoy es M. Rajoy, el de toda la vida, en cuya alcurnia se cuenta con el marquesado de Plastilina, un grande, carajo, un grande, de España, un patriota, un guapetón del patio de Monipodio que protege a los miembros del gremio de la golfería nacional... salvo cuando hay que echar de comer a los leones y sacrificar a algún golfo, como se advierte en la reciente sentencia política de la Audiencia Nacional redactada de forma que la cúpula del Compás de Monipodio y los suyos más suyos queden absueltos por el bonito procedimiento de convertirlos en humo, no en hilillos de plastilina, sino en humo, como en brillante numerito de ilusionismo.
Y no solo eso sino que el tribunal de orden público que es la Audiencia Nacional condena a las acusaciones particulares al pago de las costa de las defensas del condenado. Más ilusionismo. Negro. Renuncio a explicarlo en términos jurídicos porque estimo que, con explicación o sin ella, este es un paso más hacia la total indefensión jurídica de la ciudadanía a la que se le invita, con manifiesta descortesía, a quedarse en su casa, si la tiene, callada, quieta, o celebrando lo que solo es indigno y abusivo en la terracita rojigualda que toque, y todo por miedo al palo, a las multas o a padecer sentencias gravosas y dudosamente justas.
Para condenar al diputado canario, cuya puerta giratoria lo ha devuelto a la fábrica donde trabajaba, basta la declaración de un policía urdida con inexactitudes... seamos magnánimos y no acusemos a nadie de denuncia falsa. No es la primera vez que en este país se dictan sentencias políticas denegando pruebas o desdeñando las que, por evidentes, no conviene tener en cuenta: Altsasu.
Marchena no tuvo la más remota intención de averiguar si el testimonio que le servía para tumbar a un diputado de la izquierda era sólido y veraz, lo dio por supuesto, porque le dio la gana, por soberbia togada. Buena parte del país es ajeno a la certeza de que con este precedente el tándem Policía/Magistratura puede hacer con nosotros lo que le venga en gana... y si no nos gusta el palo que nos den, allá lejos tenemos el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, al que, dicho sea de paso, esta jarca no hace ni caso, o poco, cuando el TEDH les devuelve un merecido soplamocos.