uiero empezar reconociendo que es perfectamente lícito que empresarios o profesionales intenten obtener los mayores beneficios posibles de su actividad; otra cuestión es, ya que además en los casos que expongo cuentan con el apoyo o connivencia de millones de personas, el peligro de que, en ciertos casos, se utilicen como guías morales, faros éticos o ejemplos a emular.
Por una parte , unos señores muy listos, que ganan cantidades monstruosas de dinero y puede que sin la necesaria contribución social, se empeñan en inútiles carreras espaciales para comprobar, como niños malcriados, quién llega más lejos (por no usar una expresión menos elegante). Posiblemente es que no tengan cosas más interesantes que aportar; es lo que tienen las mentes que, como el tío Gilito, solo tienen ojos, y por cierto con muy buena vista, para el vil metal.
Por otra parte, otros señores, teóricamente deportistas, también se empeñan en demostrar que la pobreza de bienes es más fácil de curar que la pobreza del alma, como Montaigne recordaba. Son capaces de morder la mano que no solo les ha dado de comer sino que les ha creado y criado. Cría cuervos y te sacarán los ojos. Y no sólo tengo en mente a un crack futbolístico mundial, ya que también recuerdo, entre otros, a cercanos y prometedores deportistas, que asesorados con la mejor intención (es decir, forrarse) prefirieron la plata ajena a la gloria propia, el dinero al honor y además el llenarse los bolsillos, seguramente sólo un poco más de lo que hubieran conseguido de no moverse, les ha obligado a pagar el precio del fracaso profesional y humano: suplencias , pérdidas de internacionalidad, vivir lejos de casa y el no lograr pasar al Olimpo de ídolos eternos ni en el equipo que les formó (que lo tenían fácil) ni en ningún otro.
Por último, hay influencers o youtubers, que al convertirse también, como los anteriores, en millonarios prematuros (¡que acierto de expresión de Bielsa en su faceta filosófica!) han decidido que lo de pagar impuestos (un engorro y un despropósito, desde luego) es cosa de pringados e ignorantes asalariados.
Al parecer, apreciamos mayoritariamente el éxito rápido, la notoriedad, el egoísmo, la intransigencia, el individualismo, el dinero como indicador de estatus y de felicidad... Pues da al bajo silla y al cobarde hace guerrero, poderoso caballero es don Dinero, nos decía Quevedo hace cuatrocientos años; por tanto, el asunto no es de hoy sino de siempre. ¿Qué estaremos haciendo mal para que esto sea así? Que individuos que solo saben mirarse el ombligo propio -en el caso de los populismos también ocurre- puedan ser ídolos de masas nos tiene que hacer reflexionar.
Como contrapartida, que tengamos y por poner un solo ejemplo entre muchos, a humildes sanitarios que se estén jugando la vida (y a veces, perdiéndola ) por sus congéneres sin pedir a cambio nada más que medios adecuados para hacer bien su trabajo, quiere decir que puede que todo no esté perdido.
No soy muy partidario de demasiadas normativas pero si convendría que las retribuciones (en cualquier ámbito) no puedan tender al infinito, que las diferencias dentro de un mismo ámbito (empresa, organización, país...) estén limitadas y horquilladas, que todos paguemos (personas físicas y jurídicas) los impuestos que nos correspondan...
¿Cómo podemos transmitir un mensaje mínimamente decente y presentable a los que nos siguen, a nuestros hijos y a nuestros nietos? Posiblemente, tratando de recordar, aunque suene demodé, los valores que identifican y diferencian al ser humano de los monos de feria, de los descerebrados gladiadores, de los listillos de la clase: la humildad, el agradecimiento, la solidaridad, el trabajo en equipo, el aprecio del esfuerzo, la empatía....
Estos valores hay que ponerlos en acción intentando plasmarlos con el ejemplo, fomentar el conocimiento de su ejercicio y valorar en su justa medida a los que los ejerzan. Además hay que insertarlos en la educación, que no debe ser solo, como se pretende, insistente y sospechosamente, para adquirir habilidades o destrezas profesionales específicas y concretas (que además van a ser muy cambiantes a lo largo de la vida), sino también y sobre todo para obtener y desarrollar un capital humanístico que nos permita transitar por la vida con la decencia debida y la brújula adecuada.
Está bien que sigamos, por lo que aportan a la sociedad en entretenimiento, ideas, bienes o servicios, a los millonarios en dinero, bienes y fama; pero , por favor, no los usemos de ejemplo vital ni de guía humana mientras no aporten valores. Aunque a ellos y a algunos de sus seguidores les traiga sin cuidado, en eso son muy pobres.
* Autor de ‘Meditaciones Compartidas. De Bilbao al mundo’.