na de las mejores fuentes de aprendizaje viene dada por las fábulas. Sus comparativas, sus conclusiones, su entrada en el mundo de la naturaleza y de los animales nos lleva a un mundo sin igual. ¿Cuál escoger como la más adecuada? Existen muchísimas. Vamos a hacer una selección para ser conscientes incluso de cómo moldean nuestra cultura. ¿Cuáles nos vienen directamente a la mente?
Una de mis preferidas, la del zorro que, como no llega a comer las uvas, dice que no están maduras. Eso ocurre a menudo, y tiene dos visiones, una positiva y otra negativa. En el primer caso, es un buen consuelo cuando no se llega a un objetivo valorar que el mismo no merecía la pena. Dicho consuelo sirve también para no tener remordimientos por no cumplir el objetivo soñado. En el segundo, es una excusa para no esforzarse más. Como tantas otras veces en la vida, es difícil discriminar un caso de otro.
La fábula de la cigarra y la hormiga es también muy conocida. Incluso nos ha llevado a asociar a cada animal como un gandul o un trabajador. Es uno de los grandes retos como seres humanos y sociedad: tendemos es descansar hoy y trabajar mañana. Ya lo decía Oscar Wilde: “Puedo resistir todo menos la tentación”.
El caso de la rana y el escorpión es otro de los fundamentales. Cuando van a cruzar un río, el escorpión anima a la rana a llevarlo encima, pero claro, siempre está el riesgo del temido picotazo. “¿Cómo voy a hacerlo, si así nos vamos a hundir los dos?”. Así comienzan a cruzar el río y el final es conocido por todos: el escorpión pica a la rana, ya que está en su naturaleza. En tiempos de neurociencia en los que ya destacan incluso científicos que se dedican a investigar cómo piensan las plantas (Stefano Mancuso), es cierto que cada uno de nosotros tiene desarrollada su forma de ser. Pero nada está perdido, y merece la pena ser optimista: existen mecanismos para mejorar nuestro carácter en las partes que más nos incomoden.
Se ha puesto de moda la fábula de la rana hirviendo. Se trata de introducir al animalito en un recipiente e ir calentando poco a poco. Pasado un tiempo, todo está perdido. El agua está tan caliente que el pobre batracio ya no tiene escapatoria y es consciente de su triste final. Ahora bien, ¿qué enseñanzas nos aporta esta pequeña historia? No lo olvidemos: los clásicos tienen enseñanzas que son atemporales. En un mundo en el que no dejan de repetirse ciertos patrones, captar su esencia es fundamental para poder comprender los sucesos que ocurren a nuestro alrededor y responder así mejor a ellos.
A nivel personal, nos podemos quedar apalancados dentro de un mercado laboral concreto y, para cuando nos damos cuenta, buscar trabajo es más complicado que nunca. Aunque pueda parecer extraño, existen muchas personas de más de 40 años que se apuntan a formación de grado medio, grado superior e incluso nivel universitario que logran así reciclarse logrando dar un impulso (otra palabra de moda) a su vida. Otros se quedan como la rana en el agua.
A nivel empresarial, lo mismo. Nuestra tendencia a pensar que las cosas van a seguir siempre igual impide ver la luz de alarma cuando aparecen pequeñas señales peligrosas. Las cosas “se van a hacer así ya que siempre ha sido así, es como funcionamos” y eso es una fórmula infalible que lleva al fracaso. La rana se queda en el agua.
Incluso a nivel político y social se puede aplicar esta teoría. Se van introduciendo debates, historias e incluso pensamientos determinados en el sistema y, para cuando nos damos cuenta, si tenemos una opinión diferente en algún tema delicado corremos el riesgo de ser etiquetados. Aquí no se va a introducir ningún ejemplo; basta asuntos en los que nos podamos sentir cohibidos al tratarlos. Existen muchas opciones en muchos contextos. Son aspectos que muchas veces se han precocinado. Sea de una u otra forma, ya estamos de nuevo en el agua.
El caso trivial por excelencia es el del cambio climático. Podemos vivir felizmente llenando la atmósfera de gases y el océano de plástico de manera que para cuando nos demos cuenta... pues eso, que estamos en el agua. Con el inconveniente de que todos vamos en el mismo barco y en este caso el mar es un universo inhóspito y de momento, sin vida. Es inexplicable, se mire como se mire, la falta de medidas o la lentitud con la que se toman para poder mitigar el cambio climático.
Terminamos con la historia de la cuerda y el elefante. Un niño pregunta a su padre cómo puede ser que una cuerda tan débil sea suficiente para mantenerlo atado. El padre le dice: “Cuando el animal era pequeño, estiró y estiró y no pudo salirse. Se acostumbró y se quedó así”.
* Economía de la Conducta. UNED de Tudela