o de Madrid -la disolución de su asamblea y la convocatoria de comicios- no se lo esperaban. Ingenuidad la suya después de la torpe maniobra de Murcia. Pero, una vez que Díaz Ayuso tiró por la calle del medio, atropellando a propios y extraños, Sánchez y los suyos aprovecharon la ocasión para ajustar su propia programación.

La intervención directa del inquilino de la Moncloa en la campaña madrileña ha sorprendido inicialmente pues su implicación personalísima en el mano a mano contra Ayuso ha podido ser interpretado como un menosprecio a su propio candidato, el soso profesor Gabilondo, cuya templanza y tranquilidad ha sido eclipsada, cuando no ninguneada, por la actitud provocativa de su propio secretario general.

Pero la irrupción de Sánchez en campaña como elefante en cacharrería tenía un doble objetivo. Y, probablemente un daño colateral asumido: Ángel Gabilondo.

La meta perseguida por Pedro Sánchez era, por un lado, movilizar al votante de izquierda (aunque esto beneficiase fundamentalmente a Más Madrid) y, al mismo tiempo, con la polarización provocada por su mensaje de ejercer el voto útil, distinguiendo la disyuntiva de “la libertad o la foto de Colón”, Sánchez conseguía, inteligentemente, condenar a Pablo Iglesias a la irrelevancia. La jugada ha resultado arriesgada. Con esa apuesta, tal vez el PSOE no gane, pero, probablemente, tampoco el PP conseguirá la pretendida mayoría absoluta.

Sin embargo, el perdedor del episodio tendrá nombre y apellidos: Pablo IglesiasTurrión. Y con él, su partido, Podemos, que junto a Ciudadanos podrán pasar a la irrelevancia política. Será curioso asistir al hecho de que quienes hace apenas dos años se iban a comer el mundo se vean en peligro de extinción. Simplemente por ingesta democrática. Morir de éxito resucitando el bipartidismo. Ese es el movimiento táctico de Sánchez. Sacrificar un peón para dejar sin movimientos a la competencia. Jaque mate.

De conseguir el debilitamiento de las opciones bisagra”, Sánchez tendrá las manos libres a partir del 5 de mayo para establecer un nuevo cuaderno de bitácora a su carrera política, una singladura en la que pretende reforzar sus líneas defensivas para poder lanzarse a unas nuevas elecciones donde confía salir revitalizado.

Tendrá enfrente a un Partido Popular quizá más fuerte -por la desaparición de los naranjas- pero con el liderazgo de Casado en entredicho. Y con la hipótesis de un reagrupamiento de toda la derecha -incluida la extrema- en una única opción, lo que allanaría la próxima confrontación electoral al duelo deseado por cualquier spin doctor: rojos contra azules.

Para poder maniobrar en tal sentido, Pedro Sánchez necesitará tener las manos libres en su doble ámbito de control, en el gobierno y en el partido. El inquilino de la Moncloa no dudará en tomar las decisiones que considere, por arriesgadas que puedan parecer, para que nadie entre sus filas cuestione su política, su estrategia o la línea que él considere que más le beneficia.

Así, es probable que tras las elecciones del día 4 de mayo, y como antesala al Congreso federal que se desarrollará pasado el verano, Pedro Sánchez reajuste su gobierno. Un nuevo gabinete en el que no sabemos si continuará Podemos o Yolanda Díaz. Pero en el que desaparecerán, según cuentan en los entornos socialistas, ministros y ministras como Isabel Celaá, Reyes Maroto o, quizá, la propia Carmen Calvo. El resistente pretendería establecer una organización férrea en torno a su liderazgo. En su experiencia pasada, Sánchez sufrió el dolor de la desavenencia y la crítica interna y, como poso de aquella vivencia, se aprestará para no pasar por el mismo calvario. De ahí que, quienes le conocen, esperan de él una venganza sórdida para con quienes, en su momento, se atrevieron a plantarle cara.

En esa tesis, inmediatamente surge el nombre de Susana Díaz, la expresidenta andaluza, cuyo relevo parece ya buscado por enviados sanchistas a la comunidad del sur. Junto a ella, se procedería a ajustar también la lista de barones que en momentos puntuales suelen actuar como versos sueltos en una organización que Sánchez pretende, ahora, tener afinada y alineada en torno a su figura.

Los relevos banderizos se prodigarían en todas partes. Tras el congreso extraordinario llegarán los cambios territoriales y ahí puede que no se libre de la quema ni la mismísima Idoia Mendia.

Mendia había proclamado hace unos meses su intención de volver a presentarse a la Secretaría general de los socialistas vascos. Pero la rotundidad de su afirmación, a tenor de lo que en privado señalan los suyos, ha perdido consistencia en los últimos tiempos.

El socialismo vasco también vive tiempos de incertidumbre. Si Celaá cayese del equipo de Moncloa, cabría una vacante a ocupar por un representante de la cuota socialista vasca. Y en ese supuesto, las fuentes propagadoras de rumores apuntan el nombre de un alto cargo del gabinete Urkullu como candidato mejor situado para el ascenso.

En lo que se refiere a los cuadros internos, nadie en el PSE -conociendo medianamente a Pedro Sánchez- se atreve a asegurar al ciento por cien que Idoia Mendia repita al frente del partido en el País Vasco. Algunos apuntan al secretario eibarrés Eneko Andueza como candidato con proyección futura. Sin embargo, Andueza, que contaría con el respaldo del sólido aparato guipuzcoano, no gozaría de una especial protección por parte del todopoderoso Pedro Sánchez.

Si el apoyo de Moncloa se hace imprescindible para la dirección territorial socialista solo hay un nombre que suena con fuerza en Euskadi. Se trata de Denis Itxaso, elegido personalmente por Pedro Sánchez para presentar en el Congreso federal de octubre la ponencia que articule la futura política autonómica de los socialistas españoles.

El actual delegado gubernamental en Vitoria no es un militante con una adscripción orgánica reconocida si bien su principal complicidad interna se sitúa junto a Odón Elorza. Como él, el actual inquilino de Los Olivos ha demostrado una extraordinaria versatilidad comunicativa, siendo la visibilidad pública una de sus singulares características como responsable institucional manejando el marketing político con la agilidad de un bailoteo en Tik-tok.

Ejemplo de esto último son sus constantes pronunciamientos políticos desde la actual atalaya de delegado gubernativo. Declaraciones y juicios especialmente críticos para con el PNV y su política de reproche al Gobierno de Sánchez por el incumplimiento de los compromisos adquiridos.

En todo caso, el nivel de atrevimiento de Itxaso, que en más de una ocasión ha enrarecido la relación entre socios de coalición en Euskadi y de apoyo preferente en Madrid, hace que la hipótesis de su candidatura pueda ser contemplada con ciertas dosis de verosimilitud.

Pero más allá de la anécdota, nuestra mirada no debe fijarse en el dedo sino en la luna que apunta. La inestabilidad política en la que el escenario madrileño ha causado no es circunstancial ni coyuntural. Obedece a un contexto más amplio que desembocará en unas nuevas elecciones generales. Unas votaciones que, como muy tarde, se celebrarán la próxima primavera.

Y es que los protagonistas que actúan en el Estado siguen pensando que la actividad política se reduce a ganar poder y a restar influencia a los adversarios. Para ello, la mejor herramienta disponible es la de convocar elecciones. Para ganarlas y que los demás pierdan. Ese es el triste panorama al que nos deberemos enfrentar.

Entre medio, la pandemia, la crisis económica, el desempleo, los problemas territoriales no resueltos y la falta de horizontes seguros y firmes. El olvidado bien común. Y el imperio de la incertidumbre.

Por desgracia, tras el 4 de mayo vendrá el 5. Nada nuevo pasará. El 9 caducará el estado de alarma. Y sin presiones electorales inmediatas, quizá Sánchez se desdiga de su amenaza temeraria de no renovar el paraguas jurídico que soporta las medidas restrictivas que mitigan el contagio de la enfermedad. Pero eso será otro movimiento más en el tablero. Otra ficha que cambie de posición. Otro regate en corto. Nada más.

El autor es miembro del EBB de EAJ-PNV