uedan apenas unos días para la madre de todas las batallas políticas de los últimos tiempos, las elecciones en la Comunidad de Madrid del próximo 4 de mayo. En ellas se dilucidan numerosas incógnitas que podrían condicionar la marcha de nuestro país durante los próximos años.

Entre las cuestiones que se van a clarificar en los comicios del 4-M, por una parte y quizás la más importante será cómo va a quedar el espacio de la derecha a partir de los resultados que se den en esa cita electoral.

Conoceremos si Isabel Díaz Ayuso, IDA para los amigos, es capaz de obtener la mayoría absoluta, a pesar de la mala gestión que ha hecho de la pandemia y de no haber sabido gestionar nada en los dos años que lleva como presidenta.

Ella ha impuesto aquí un nuevo estilo en la política made in Trump, que al parecer gusta al electorado. El de la mentira constante, enterrando el nosotros clásico que impuso un Miguel Indurain sensato y solidario, para en cada entrevista, en cada comentario introducir el yo egoísta y egocéntrico. Para el futuro quedará el estudio de sociólogos y psicólogos de por qué en la sociedad madrileña gusta tanto esa manera excluyente del otro, ese interés exclusivo por losuyo, suyo. Quizás porque una parte importante de esa sociedad sea ahora como ella.

Por otro lado sabremos si Ciudadanos continúa su viaje hacia el fin, al no ser capaz de superar el 5% imprescindible para entrar en ese parlamento. El declive iniciado en tiempos de Albert Rivera en las generales de 2019 continuó con el desastroso resultado obtenido en las elecciones de Catalunya y quizás no pasar el corte el próximo 4-M será la puntilla definitiva.

Por último, quedará resolver la incógnita de si Vox es capaz de aguantar el empuje de una Ayuso con mucho ascendente entre su electorado y como consecuencia será imprescindible para que mantenga el poder, o si siguiendo los pasos de C’s no alcanza ese listón del 5% y se queda igualmente fuera. Si Vox fracasa tendría como consecuencia directa un resultado excepcional del PP, pero con la paradoja de que no le diera para gobernar. Que la derecha superara el 50% de los votos, pero no lograra la mitad más uno de los escaños al tirar por la borda cerca del 10% de los apoyos a C’s y Vox.

Quizás por eso el gurú de Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez, bregado en mil batallas, con hilo directo con un José María Aznar cada vez más seguidor de las teorías de Maquiavelo, ha diseñado una campaña muy agresiva con la izquierda y con C’s, pero que no toque a Vox. No sería descartable que esta circunstancia haya sido hablada y pactada en encuentros discretos entre ambas formaciones. La derecha siempre da lecciones de pragmatismo, aunque deje jirones de ética política. Es lo que aporta no tener escrúpulos, que te deja plena libertad para ensuciar una campaña con tal de ganarla.

Quizás el próximo día 2, fecha del final de la campaña electoral, sólo quedará gritarles en masa eso de “que se besen, que se besen”. Pero si les sale bien la jugada, si son capaces de conseguir entre ambos la mayoría absoluta de escaños, su éxito también podría tener consecuencias negativas para unos Casado y Feijóo que miran con recelo el ascenso fulgurante de la figura de IDA. Para el país sería una terrible noticia, especialmente si la extrema derecha impone su fuerza planteando entrar en el gobierno. Parece evidente que el trío Ayuso-Rodríguez-Aznar no tendrían ningún reparo en aceptarlo.

Otra cosa será la dirección del PP, consciente de que España es tremendamente plural y lo que puede resultar positivo para sus intereses en Madrid, podría ser negativo en el resto del Estado. Tendríamos así una derecha muy fuerte en el centro y Galizia, pero muy debilitada en la periferia y ese pacto podría tener consecuencias muy negativas para ellos en las próximas elecciones de Andalucía.

Quizás el otro gurú, Iván Redondo de la Moncloa, haya diseñado su táctica en esa dirección, perder Madrid para ganar España.

Al mismo tiempo la entrada de la extrema derecha en un gobierno tan importante como el de Madrid abriría una situación política compleja y peligrosa. La unión de la derecha extrema representada por Ayuso y la extrema derecha de Monasterio obligaría al resto de partidos a repensar su estrategia.

Esta vez no sería como en Murcia con la entrada de una consejera que había abandonado la formación derechista, sería la propia organización con armas y bagajes quien entrara a formar parte del poder ejecutivo. Como en la fábula del pastor, pasaríamos del “que viene el lobo” a éste comiéndose las ovejas sin ningún freno.

Porque el único posible sería que la izquierda, también dividida en tres pero con el elemento positivo de que todas estarán representadas en ese Parlamento, fuera capaz de dar la vuelta a los sondeos durante la campaña. Esa posibilidad pasa por ser capaces de movilizar a su electorado, bastante pasivo y alejado de las urnas los últimos tiempos. Tradicionalmente en Madrid, especialmente desde el famoso tamayazo, la derecha siempre ha estado más movilizada que la izquierda.

Ese es el reto, trabajarse día y noche el sur de Madrid, patearse los pueblos que no hace demasiado tiempo se denominaron “cinturón rojo”, desde Getafe o Alcorcón, de Parla a Navalcarnero y Fuenlabrada, además de barrios como Vallecas, Villaverde, Malasaña, San Blas o Chueca. Si esa izquierda un poco adormilada toca ahora a rebato y despierta a sus huestes, será posible resucitar el famoso eslogan de la guerra, el “No pasarán”, pero en esta ocasión cumpliéndose. De lo contrario, un tiempo de oscuridad y zozobra amenazará nuestro país, a todo el país.

A partir de ahí, la izquierda periférica, en especial ERC, pero también Bildu y BNG, deberán repensar si a partir de ese instante deben profundizar en el entendimiento con el Gobierno, o seguir con una confrontación suicida que beneficiará a ese tándem.

Por otro lado, tanto PSOE como Podemos tendrán que entenderse de una manera más eficaz, evitando el lamentable espectáculo de los últimos tiempos. Llegar a acuerdos con discreción y eficacia sobre los temas relevantes, como pensiones, reforma laboral, vivienda o reparto de los fondos europeos. No deben abrir ni un solo resquicio más por el que pueda entrar la oscuridad.

Otro elemento a tomar en cuenta es corregir los atisbos que la acción del Gobierno de Sánchez ha trasladado a la ciudadanía, de que algunas medidas tomadas en la lucha contra la pandemia últimamente están condicionadas por esa campaña electoral. Por ejemplo, tal y como le piden el resto de sus socios y los expertos, decidir prorrogar el estado de alarma que termina el próximo 9 de mayo, justo cinco días después de la cita electoral

Es un error entrar en el cuerpo a cuerpo con una Ayuso yoísta para la que todo vale y mucho menos emplear malas artes en las que ella y MA Rodríguez son auténticos maestros. La obligación de todos los gobiernos, sean municipales, autonómicos y el estatal es acabar con la covid-19, sin despistarse en otros menesteres más mundanos. Por eso, aunque Ayuso se comporte irresponsablemente, Sánchez no puede, no debe, responderla con las mismas armas, debe demostrar a la ciudadanía que él está en otra manera de hacer política, en la que por encima de ganar unas elecciones, por muy importantes que estas sean, está el bien común, la salud de toda la ciudadanía y para eso la prórroga es imprescindible.

Tampoco debe plantear la batalla de Madrid en clave nacional de todo o nada. Es demasiado el riesgo. Alguien como Ayuso que cree que todo lo puede, que piensa que está por encima del bien y del mal, es un peligro para Madrid y su ciudadanía, también para el PP de Casado, o el PSOE de Sánchez, pero sobre todo puede ser un peligro para el país (ponga aquí cada cual lo que desee).

Debemos frenarla, pero no con sus normas sino con instrumentos democráticos, sensatos y honestos, sin entrar en ese peligroso juego diseñado por Rodíguez-Aznar que supone una degradación de la política.

El próximo 4-M todos nos jugamos mucho. Veremos...

El autor es exparlamentario y concejal de PSN-PSOE