al vez parezca que no tienen ninguna relación, pero trataremos de acercarnos a la idea contraria. La vejez es el periodo vital de las personas, esas que bajo una pérdida mayor o menor de autonomía y capacidad, van constituyendo un colectivo cada vez más numeroso en nuestras sociedades. Son las que, junto con los menores, requieren de una mayor dosis de cuidados y se ven gravemente concernidas cuando los sistemas de atención a la salud atraviesan situaciones excepcionales como las que esta pandemia genera.
Por otra parte, están los ecosistemas, que asociamos con el mundo de los entornos naturales afectados por el cambio climático o por la pérdida de la diversidad del reino vegetal y animal. Esta última es una visión reduccionista de los ecosistemas, ya que en su definición caben muchas otras acepciones de conjuntos de entes vivos cercanos que mantienen una relación y una estabilidad dinámica a lo largo del tiempo. Los ecosistemas son adaptativos y van evolucionando a medida que lo hacen sus miembros, entre los que existen una serie de reglas de convivencia, equilibrio y gestión compartida de los recursos. Una definición suficiente puede ser: ecosistema es un espacio territorial acotado formado por un grupo diferenciado de agentes, donde lo que le ocurre a un agente afecta a todos los demás, y donde un cambio en las condiciones del entorno supone cambios adaptativos en todos ellos.
Una vivienda familiar, un vecindario, un aula, una residencia o un barrio son espacios físicos para los ecosistemas humanos de muy diferente dimensión y complejidad. La dimensión la da el número de miembros y el espacio físico que ocupan, y la complejidad depende de la diversidad de los miembros y de la cantidad y calidad de las relaciones entre ellos. Hay ecosistemas con una mayor cuantía de relaciones gana-gana y otros son espacios de permanentes conflictos para sus integrantes. El paso del tiempo, los cambios en la capacidad, tipología, reglas y número de los miembros del ecosistema, son algunos de los factores que alteran los equilibrios. Los ecosistemas evolucionan con los cambios para buscar nuevos mecanismos de ajuste, con el fin de continuar siendo un ente vivo con identidad y adaptado a las nuevas realidades.
En los ecosistemas humanos hay también diversos tipos de relaciones como la amistad, el dominio, la cooperación, el acoso, el acompañamiento, la sumisión, la tutoría y el cuidado. Este último es un elemento clave de supervivencia de los más débiles en un ecosistema ético. Si pensamos en las personas mayores, vemos que con la edad su ecosistema se retrae en tanto se reducen los contactos personales y se merman sus capacidades de aportación al colectivo próximo. Salvar el ecosistema de las relaciones es lo más importante cuando queremos pensar en el bienestar de los mayores. Enriquecer el ecosistema de las relaciones es sin duda un regalo al bienestar de las personas, en tanto que crea nuevas oportunidades de dar más sentido a la vida.
Nos equivocamos cuando la persona mayor abandona bruscamente el ecosistema nativo de relaciones, labrado durante muchos años y horas de mutualidad amable en la casa, el barrio o en los servicios de proximidad, para resituarse en un espacio relacionalmente desconocido y de nuevos hábitos de vida, como una residencia. El ecosistema relacional es el conjunto de personas e interacciones que constituyen su vida diaria, con los vecinos de escalera y del barrio, los familiares, los sanitarios de primaria, los que le atienden en la farmacia, en la tienda del pan y la prensa, y las amistades del paseo o del hobby de siempre.
El paradigma del envejecimiento, si es que vamos hacia adelante y no queremos simplemente maquillar la realidad vigente, es el envejecimiento en ecosistemas de atención relacional personalizada, donde hay que, no sólo proteger esta entidad local, diversa, cercana y heterogénea, sino que hay que enriquecerla y ampliarla. Es obvio que las relaciones entre los jóvenes y adultos tienen mucho que ver con todo esto, pues son los primeros una parte de cada ecosistema sociofamiliar, y poseen una alta capacidad de relación y acción. Los jóvenes son muchas veces cogeneradores de sentido en la vida de los mayores, en tanto les reconozcan su capacidad de aportar al conjunto y la activen a través de proyectos y planes comunes. Tenemos tecnología de sobra para acompañar estos nuevos modelos de relación y hacer aplicaciones -esas apps- que resalten las capacidades de estos ecosistemas en busca de un mejor estar bien de todos sus miembros. Pero mientras sigamos tratando de forma independiente la educación de los niños, las obligaciones de los jóvenes, la fiscalidad del cuidado, las políticas sanitarias, el tiempo laboral y la atención individualizada a los mayores -privada o pública- no vamos por el buen camino.
Es importante considerar que los ecosistemas humanos son singulares, no hay dos iguales, y por ello requieren, si queremos activar el bienestar colectivo de las personas, trabajar en la creación de modelos de relación de implicación reciproca o de apoyo transversal. Pero esta labor no puede diseñarse desde fuera del ecosistema. Requiere la convicción de sus miembros, la experimentación y la ayuda externa, pero nunca la imposición o la norma. Lamentablemente avanzamos en la sociedad a través de los conceptos económicos de normas comunes, eficacia y especialización, que no encajan en las estructuras biológicas de los ecosistemas humanos que buscan equilibrio, bienestar y cooperación.
La gestión de lo complejo (Edgar Morín (1921) y lo comunitario lo es, exige incorporar una nueva asignatura que tendremos que aprender si queremos avanzar con resultados. Ya no vale la norma colectiva, la división entre quienes deciden y quienes hacen, las recetas de los expertos, la fragmentación de competencias. Pensemos que superar la gestión de lo complicado, lo regulable, legislable y fragmentado, y pasar a la gestión de lo complejo es el reto educacional, profesional y personal que los tiempos próximos nos imponen. Sin cambiar las mentalidades y las estructuras, y en ese orden, es imposible resolver los cambios imprescindibles que nos acucian.
El autor es futucultor