l Panel Intergubernamental de la ONU sobre Biodiversidad (Ipbes) afirma: “No hay un gran misterio: las pandemias están completamente provocadas por las actividades humanas”, señalando que esas mismas actividades, reflejo de una “explotación insostenible”, también son las causas primarias de la crisis climática. Si la primera fase pandémica ha generado una recesión comparable a la de la Segunda Guerra Mundial, rebajando la capacidad económica de la zona Euro al 20%-30% de su potencial y previendo -en el mejor de los casos- una contracción del PIB en torno al 8,7% este año -según el FMI, en España se calcula la recesión más aguda de la Zona Euro en torno al 12,8%-, habrá que ver qué sucede con esta segunda ola. Los impactos sociales no son menores, por no tildarlos de catastróficos en el caso de sectores concretos.
Ante la combinación de las crisis sanitaria, económica, social y climática, el Fondo Next Generation impulsado por la Unión Europea puede suponer cierto alivio. Pero si bien la disponibilidad financiera es relevante, no lo es todo. En este sentido, sería conveniente que nos hiciéramos las preguntas pertinentes en esta coyuntura. Sería interesante abordar una reflexión profunda que nos permita adaptarnos a un contexto de incertidumbre crítica para replantearnos una recuperación que evite volver a un modelo -social, económico y ambiental- que ha originado la situación actual. La gestión de lo urgente no debiera impedir plantear visiones y planificaciones preventivas, precavidas, previsoras y anticipatorias, que, de otro lado, reflejan la lógica de un paradigma de desarrollo sostenible.
Tenemos que estar en disposición de diagnosticar correctamente si contamos con los enfoques, las capacidades de gestión y condiciones estructurales necesarias para que, de forma capilar, los fondos que previsiblemente se dispondrán alcancen eficazmente los objetivos que se plantean llegando al grueso de empresas y a la ciudadanía vasca. Ante todos los esfuerzos que está realizando el sector privado y la ciudadanía, habría que preguntarse si nuestra administración pública está preparada para articular operativamente un cambio sustantivo que permita un modelo más sostenible (articulación ágil de equipos técnicos multidisciplinares, con visión integral, altamente cualificados, procesos, procedimientos, reglamentaciones, cultura organizacional más flexible y eficaz, etc.). Afrontar el reto de la transformación de la función pública a la altura de las circunstancias y minimizar la reverberación de los envites pandémicos, no es una cuestión menor. En un contexto complejo de riesgos encadenados, la lógica exclusivamente fragmentada, numérica, la lógica de la máquina y el control total simplemente, no sirven, como bien señala el filósofo y sociólogo francés Edgar Morin. Es, más que nunca, crucial enfocar y actuar en términos de complejidad sistémica, metamorfoseando nuestras instituciones y sus operativas de gobierno y administración, adaptándolas a las transformaciones masivas que se avecinan, así como a los cambios discontinuos e imprevisibles que inevitablemente ya se están dando.
Aquellos que llevamos más de veinte años trabajando para que las instituciones incorporen, de forma aplicada a nuestra realidad, los principios del desarrollo sostenible, conocemos bien de su dificultad, pero también sabemos que es precisamente ahora el momento de orientar bien las naves para emprender cambios sísmicos. No tenemos margen para seguir haciendo lo acostumbrado, ni instrumentalizar las políticas de sostenibilidad con objetivos de marketing político. Como bien señala Daniel Innerarity, es la hora de lo común por la vulnerabilidad compartida que vivimos. Es la hora de la colaboración y de arrimar el hombro. Es hora de demostrar sentido y visión de país y capacidad de liderazgo institucional. Es tiempo de fortalecer y reafirmar nuestra identidad mediante el trabajo bien hecho, la responsabilidad y la eficacia. La colaboración y la sostenibilidad deben guiar nuestra gobernanza institucional y nuestra inteligencia democrática debe embeberse de la inteligencia ecológica. En caso contrario, difícilmente se vislumbra un futuro mínimamente halagüeño.