Once días han pasado desde que niñas y niños, adolescentes y jóvenes dejan su vida normal y se recluyen en casa. 11 días sin su marco de normalidad diaria y sin socialización. Veremos las consecuencias, ahora no podemos parar a pensar en eso (tampoco en otras muchas cosas). 11 desde que padres y madres dedican más horas que nunca a afrontar los días más duros de la vida de estos y estas peques, de nuestros adolescentes y jóvenes. De nuestro futuro. Compaginando, más que nunca horarios de teletrabajo o trabajo (en ocasiones de alto riesgo) con la familia. Manteniendo la compostura ante miles de preguntas, levantándose con lágrimas en los ojos al pensar en el día que les queda, en cómo contestar a sus preguntas, en cómo hacerles pasar las horas para sea que lo más llevadero posible, para que no protesten demasiado porque estamos en una comunidad, para que no lloren porque no pueden ir “al parque con el sol que hace ama”, para tranquilizarles cuando oyen que el aita igual entra en ERTE y que la ama (autónoma) no ingresa nada desde hace casi diez días. Y esto va para largo.Once días que se van sumando a otras muchas semanas que nos quedan. 11 días desarrollando toda la paciencia del mundo para llevarlo lo mejor posible. Reduciendo horas de televisión, desarrollando la creatividad, compartiendo momentos y recursos con sus redes sociales. 11 días, donde además muchas de estas familias tienen a sus mayores (amamas y aitxitxas) que ya no pueden ver. O sí. Porque “tengo que ir a cuidar a amama”, con todo el alto riesgo que eso supone para tu madre. 11 días argumentando con tu hijo adolescente todas las razones por las que no puede salir. Todos los riesgos a los que se expone. Y a los que expone. Todos los días escuchando “ama me han quitado a mis amigos”. 11 días dándole razones para estar con él. Para disfrutar de la familia. Mantener conversaciones. Cocinar juntos. Ordenar cosas y echar unas risas. ¡¡¡Maravilloso!!! Y cuando llega el día que tienes que ir a cuidar a tu madre dependiente, no la puedes abrazar, no la puedes besar, no sabes qué cara poner cuándo ella te mira raro al verte con mascarilla y guantes. Y te lo vuelve a preguntar. Y te lo vuelve a preguntar “pero hija, ¿y esto por qué es?”. Porque claro, por eso es dependiente, porque además de tener un problema grave respiratorio (lo cual la coloca como a miles entre la población de riesgo), además de no poder moverse sola por su osteoporosis severa y no sabes ni cómo la vas a agarrar para que no se caiga y para no contagiarla (por si acaso), porque además de eso, su deterioro cognitivo no le permite comprender todo esto, ni acordarse de ello a los cinco minutos. Y te lo vuelve a preguntar.11 días escuchando noticias cada vez peores. Y siendo conscientes de que nos preparan para lo peor. Entonces vas un sábado soleado a la compra. Encuentras que en la cola del supermercado a gente que silva, tose y estornuda sin taparse. Entran sin guantes (excepto los que el guarda jurado se esfuerza en repartir). No respetan las medidas de distancia de seguridad en los pasillos. Ni siquiera algunas de las personas que allí trabajan. Y de paso, cuando vuelves a tu casa, lees en el periódico que los médicos tendrán que decidir a quién salvar (madre mía, a eso seguro que no los prepararon en la carrera), vuelves digo, desbordada de peso en las bolsas para no salir demasiado de casa, y ves que la gente se pasea (con perro o sin perro), charla amistosamente uno al lado del otro y disfrutan de los rayos de sol. De los mismos rayos de sol que mis hijos, cuando llego a casa y esperan a colocar la compra después de haber desinfectado cada producto, los mismos rayos de sol que ellos, al igual que millones de niñas, niños adolescentes y jóvenes, no pueden tomar. #YoMeQuedoEnCasa #NiEtxean!!Virginia Seoane