El imprescindible debate sobre la gestión de la inmigración hacia Europa sigue dos rutas paralelas, difícilmente dispuestas a encontrarse y, por consiguiente, estériles. En un lado está la obscena escenografía protagonizada por varios líderes políticos en los últimos días. Fue primero Albert Rivera (Ciudadanos) a la valla de Ceuta y le siguió ayer Pablo Casado (PP). El primero buscó una imagen con los agentes de la Guardia Civil que custodian la frontera y, de camino, aprovechó para llenar su instagram de fotos en las playas andaluzas. El segundo acudió igualmente la ciudad autónoma africana a lo mismo, pero antes se paseó por Algeciras estrechando las manos de los inmigrantes cuyo acceso quiere impedir. En paralelo, desde la izquierda se defiende una política europea de puertas semiabiertas. Cada vez con menor intensidad, bien es verdad, toda vez que ese mensaje calaba hondo hace una década pero la crisis económica y el consenso social sobre la limitación de los recursos lo ha hecho caer en desgracia. En realidad, ambas caras de la misma moneda pecan de negarse a encarar distintas caras de una realidad que es poliédrica. Ciertamente, Europa carece de los recursos suficientes para absorber sistemáticamente a cuantos inmigrantes presionan sus fronteras. Su modelo social ha salido debilitado de la última crisis y amplios sectores de su población, sobre todo en los países del sur y el este del continente, siguen sin percibir una mejora sensible de sus condiciones de vida como para asimilar que deban restringirse recursos a los servicios públicos o ampliarse la presión fiscal para compensarlo. Pero, igualmente, la presión migratoria tiene mucho que ver con que los estándares de vida son, a pesar de la crisis, muy superiores a los de la mayoría de países del hemisferio sur. Si a ello añadimos que existen amenazas a la integridad física de las personas en muchos de esos países, el flujo no se va a contener sin más. Los recursos que anuncia Juncker que va a liberar la Unión Europea serán claramente insuficientes si seguimos sin una estrategia conjunta europea que será imposible mientras el debate siga manejándose sobre criterios populistas de cualquier signo. Falta realpolitik en materia de inmigración. La seguridad Europea pasa por asentar la de sus países vecinos; la sostenibilidad de nuestro bienestar, por elevar los estándares del de nuestro entorno. Será titánico y caro.