Llevo unas horas sin poder evitar escuchar las andanzas de Neymar y lo que va a ganar la criatura en su nuevo destino futbolístico, en el que, al parecer, tienen el dinero por castigo. No es que me interese tal circunstancia más de lo que me preocupan las vicisitudes del precio de los huevos camperos que, a diferencia de lo que me importa la cotización del gramo de regate, con estos, sí que tengo un problema, porque las variaciones de su coste las nota mi bolsillo de forma directa cuando me apetece adquirirlos. Dicho lo cual, creo que con tanta cláusula de rescisión, con tanta oferta y contraoferta y hablando de millones como si fuesen mendrugos de pan, se hace un flaco favor a la realidad. Que yo sepa, se sea futbolero o no, las cifras de actividad y las del paro aún dibujan un panorama en el que la precariedad y la pobreza se agarran al día a día como una garrapata con hambre de tres días a la piel de un dominguero en su paseo por el campo. Hace breves semanas, desde Cáritas se alertaba de que las penurias económicas han llegado para quedarse en muchas familias alavesas a las que, a buen seguro, les importa el delantero brasileño protagonista de estas líneas la mitad que el puñado de lentejas que puedan llevarse al plato para matar el hambre.