Kim Jong-un y Donald Trump han coincidido en avivar una confrontación que sus países mantenían más o menos latente durante más de medio siglo, desde la firma del armisticio de 1953 que estableció la división de las dos Coreas por el paralelo 38 tras tres años de una guerra que EEUU, con el paraguas de la ONU, China y Rusia libraron nada soterradamente en suelo coreano. Además, dicho conflicto venía incluyendo con claridad la amenaza atómica ya antes de 2006, cuando la política militarista (songun policy) norcoreana llevó al régimen, entonces liderado por Kim Jong-il, padre del actual dictador e hijo de Kim Il-sung, instaurador de la dinastía, a realizar la primera prueba nuclear. Desde entonces, Pyongyang ha llevado a cabo al menos cuatro grandes experimentos nucleares, ha jugado en el calculado equilibrio de la oferta de deshielo y la amenaza de ataque en sus relaciones con Corea del Sur, aliada de EEUU, y ha efectuado periódicos lanzamientos de misiles hacia el mar de Japón (su otro gran enemigo exterior), incluyendo del tipo balístico intercontinental como los dos lanzados este año, el último el pasado julio. Pero días antes de la escalada declarativa, Washington forzó para anotarse un éxito diplomático al lograr que China, el gran aliado protector de Corea del Norte, no vetase en el Consejo de Seguridad de la ONU la aprobación de sanciones por mil millones de dólares, un tercio del total de las exportaciones norcoreanas, como réplica a sus pruebas armamentísticas. Y Kim Jong-un ha reaccionado como se podía prever en un dictador que se justifica y justifica las enormes penurias socioeconómicas de su país en la amenaza externa. El problema es que, contrariamente a anteriores presidentes estadounidenses -Clinton negoció un compromiso en 1994, luego incumplido por Pyongyang, y Bush, pese a que incluyó a Corea en el eje del mal, y Obama bastante han tenido con Irak e Irán-, Donald Trump también ha reaccionado de similar forma, quizá por los enormes problemas que tiene en Washington y que le hacen temer un impeachment. Y ahí, en la personalidad ególatra e impredecible de ambos, en la ausencia de control político a Kim Jong-un y la indiferencia de Trump hacia el que sí puede plantearle el Congreso, radica el riesgo que esta vez hace diferente la escalada en el enfrentamiento entre Estados Unidos y Corea del Norte.
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