La moción de censura que se debate hoy, a iniciativa de Podemos, en el Congreso apenas servirá para los fines que ambicionaba Pablo Iglesias cuando la anunció en rueda de prensa solo minutos después de comunicar su intención unilateral al resto de partidos de la oposición. No servirá ni a la intención explícita, la de poner fin al gobierno de Rajoy, ni a la implícita, la de cuestionar el liderazgo del PSOE en la oposición y la izquierda del Estado. La primera, porque es evidente que los 82 apoyos que reunirá -Podemos (67), ERC (9), Compromis (4) y EH Bildu (2)- son insuficientes y lo hubiesen sido en cualquier caso sin contar con el respaldo socialista. Y este era imposible de lograr si la intención implícita se dirigía precisamente a ese partido, inmerso en su propio debate interno y a expensas del resultado del mismo, al que la moción de Podemos no aguardó porque esperaba distinto desenlace. Una vez resuelto a favor de Pedro Sánchez, pretender que el PSOE apoye una moción de censura en la que le ha sido imposible participar -por sus propios tiempos, pero también por la política de hechos consumados de Iglesias-, en la que no ha intervenido a la hora de confeccionar el programa de gobierno alternativo que impone el reglamento del Congreso, y en la que el candidato es precisamente quien lo ha querido así, es una entelequia. Y todos esos motivos, desde la unilateralidad de la iniciativa a su inutilidad sin el consenso socialista, sirven asimismo para PNV y CC, que no apoyarán al PP y a Rajoy -sí lo harán Ciudadanos, UPN, Foro Asturias y CC (170 escaños)- pero tampoco apuntalarán a Iglesias y su formación, que contrariamente a lo que pretende dar a entender ha venido frenando iniciativas parlamentarias para deshacer el entramado legislativo levantado por la mayoría absoluta del PP en la anterior legislativa. Por ejemplo, la proposición de ley para modificar 44 disposiciones de la Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana o Ley Mordaza. Que Iglesias cometió un error de fondo y procedimiento al anunciar y presentar la moción sin contar con nadie es una realidad; que la moción, como ya ocurriera con Felipe González en la que superó en 1980, puede afianzar políticamente al éticamente deslegitimado Rajoy es más que una posibilidad; y pretender que otros compartan, sin más, la responsabilidad del error y sus consecuencias, una muestra de la pretenciosidad de Iglesias.