Me lo pregunta un gasteiztarra al que las cosas de la vida le llevaron hace unos años lejos de aquí. Se ha planteado alguna vez regresar. Volver, en su caso, no supone tener problemas a la hora de encontrar trabajo. Lo que le tira para atrás es que ve que esa ciudad viva e inquieta en la que él se crió en los 80 y principios de los 90, hoy no está. ¿Qué ha pasado? Le intento dar la vuelta al argumento pero al poco tiempo me quedo sin aliento porque le estoy hablando de gentes y proyectos que, en realidad, son luchadores dándose de bruces cada día con gigantes que no son molinos, son de verdad gigantes. Él me dice que la parca, un día de estos, le va a pillar a Vitoria vestida con el pijama viendo la tele y tirada en el sofá. Dibuja una escena en la que el último suspiro ni siquiera se va a notar. Intento quitarle dramatismo al asunto, pensando en la cantidad de gente que conozco que ha decidido no rendirse desde el teatro, la música, la literatura, la fotografía... Pero vuelvo al desánimo inicial pensando en las conversaciones que tengo con muchas de esas personas que menciono, charlas en las que ellas y ellos dicen estar al borde de la desesperación ante una sociedad que ya ni les rechaza, directamente les ignora desde su falta total de inquietud. Total, que el desanimado termino siendo yo.