Qué puñetera es la vida. Viendo House, entre otras cosas, descubrí que existía algo llamado síndrome del corazón roto, un nombre que por sí mismo se entiende que dé mucho juego a cualquier avispado guionista. Pero yendo al sentido filosófico del asunto, si lo tuviera, una puede encontrarle cierta lógica -por ensañamiento que eso pueda suponer, por cierto- a que una situación dolorosa pueda devenir en un debilitamiento de ese órgano vital epicentro metafórico de nuestros sentimientos y de nuestra esencia. Y ahora resulta que leo que recientemente se ha publicado un estudio que alerta de que ser demasiado feliz -abro paréntesis y debate, ¿se puede ser demasiado feliz?- también puede debilitar el corazón. Más concretamente, el estudio analizó a 1.750 personas con problemas cardiacos y 485 de ellos había sufrido una experiencia emocional importante y el 4% de ellos había sufrido el ataque tras un acontecimiento feliz, desde un cumpleaños a la maternidad, pasando por una victoria deportiva o ganancias en el casino. Así que ya tenemos el síndrome del corazón feliz. Supongo que científicamente, que por dos caminos diferentes se llegue al mismo destino tiene su lógica, pero qué poco sentido poético y qué poca consideración tiene la biología.
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