La Unión Europea tomó la noche del pasado viernes, tras intensas y largas negociaciones, una peligrosa resolución mediante la que se dota al Reino Unido de un estatus especial -aún mayor, cabría decir, porque en realidad ya goza de un régimen singular- en el seno de los Veintiocho. Se trata de un intento in extremis de que Gran Bretaña continúe dentro de la Unión y evitar el temido Brexit, aunque la fórmula elegida y los términos de la misma siembran muchas dudas. El primer ministro británico David Cameron supo jugar sus cartas y puso a los representantes comunitarios entre la espada y la pared, en lo que muchos responsables políticos han considerado un chantaje en toda regla: si se alcanzaba un acuerdo mediante el que Reino Unido pudiese gozar de ese estatus especial, él y su Gobierno se comprometían a hacer campaña en favor de la continuidad de su país en la UE con vistas al trascendental referéndum que decidirá el futuro de Europa y que finalmente tendrá lugar el próximo 23 de junio. Aun así, caben muchas dudas sobre la efectividad de la resolución adoptada. En primer lugar, porque la radical división entre partidarios y detractores de continuar en la UE alcanza al propio Gobierno Cameron, varios de cuyos miembros son abiertamente antieuropeos, aunque el primer ministro lograra el apoyo mayoritario del Ejecutivo. Asimismo, la campaña gubernamental en favor de la permanencia en Europa a buen seguro estará basada en los argumentos del miedo -fundamentalmente, respecto a los negativos efectos que tendría una eventual salida sobre la economía británica sin el jugoso mercado europeo-, que no siempre surten el efecto deseado en una ciudadanía que mayoritariamente no observa los beneficios de permanecer en la Unión. Una ciudadanía que, según las encuestas, está también muy dividida -prácticamente al cincuenta por ciento- y con un alto porcentaje de indecisos. Curiosamente, Escocia -firmemente partidaria de la permanencia- ya ha advertido de que si finalmente Gran Bretaña sale de la UE, se planteará un nuevo referéndum de independencia. En cuanto al acuerdo en sí, causa perplejidad que los Veintiocho aceptasen una suerte de discriminaciones de beneficios sociales por razones de nacionalidad, restricciones a la libertad, aún mayores privilegios económicos y un frustrante freno a la unión política y social de Europa.
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