El asalto al hotel Radisson de Bamako (Malí), dramática repetición de los ataques de marzo y junio en un museo y un hotel de Túnez o del de la universidad de Garissa en Kenia en abril, todos con decenas de muertos, confirma que el indiscriminado terrorismo yihadista no se limita a su emplazamiento mesopotámico (Siria e Irak) y a la recluta de jóvenes combatientes que luego actúan, como estos últimos días, en plena Europa sino que ya se extiende por toda la mitad norte de África. Una mezcolanza de grupos -Al Qaeda en el Magreb Islámico, Mujao, Ansar Dine, Al Shabab, Boko Haram, Ansar al Sharia...- que han rendido o no obediencia al Estado Islámico actúan con mayor o menor asiduidad y capacidad en Mauritania, Malí, Argelia, Níger, Nigeria, Libia, Camerún, Chad, Sudán, Kenia y Somalia movilizando a varios miles de combatientes. Y son capaces de desestabilizar medio continente africano y de poner en ocasiones en jaque a los propios gobiernos por la fragilidad y escasa popularidad de estos, no ajenas a los continuos errores que las potencias occidentales han cometido en su empeño por el control y explotación de los recursos naturales. Es precisamente el caso de Malí, escasa democracia parlamentaria de población mayoritariamente (90%) suní que no se ha sobrepuesto a la guerra entre el gobierno y la etnia tuareg, aprovechada por el grupo islamista Ansar Dine para establecerse en el norte sin que la intervención militar de la antigua metrópoli, Francia, tardía, haya sobrepasado el límite de sus intereses en el sur del país, zona con la tercera tasa de producción de oro de África en la que se encuentra la capital Bamako, escenario del ataque del viernes. Terreno, en definitiva, abonado para dar continuidad a la violencia islamista que ha ido ganando en intensidad en todo el Sahel desde que las diversas organizaciones que despliegan la yihad publicaran en el diario Al Quds Al Arabi la fatua llamando a la guerra santa mundial a finales del pasado siglo. Y pretender enfrentar esa amenaza de extensión global, implantación geográfica tan enorme y apoyo demográfico de trescientos millones de musulmanes radicales únicamente con métodos militares mientras se protege la explotación y se eterniza el subdesarrollo está llamado al fracaso o, cuando menos, al estancamiento de lo que ya se llama guerra y de sus consecuencias en medio mundo.