No es una cuestión alavesa ni vasca ni española, ni siquiera europea. La marea de personas que huyen de África y Asia es consecuencia de lo injusta que es la vida en este planeta; es, por tanto, una cuestión mundial. La responsabilidad, por supuesto, no es de los que buscan un entorno mejor. La culpa es nuestra, de la minoría que se aprovecha de la inmensa mayoría para mantener intactos y hasta potenciar sus privilegios. Las cosas no pasan porque sí. Ni siquiera el causante principal del actual éxodo y el que vendrá es del maligno Bashar al-Asad y el aún más pérfido Estado Islámico. Ellos sólo han ido un paso más allá dentro de una situación insostenible. Son la gota que colma el vaso, han precipitado que se cruzase el límite aunque era una cuestión de tiempo. Los desarrollados hemos dado por buena la esquilmación de países o incluso continentes. Buscábamos su oro, sus diamantes o sus recursos naturales pero enseguida nos dimos cuenta de que podíamos esclavizar a sus habitantes para producir más barato -gracias a sueldos miserables cuando no a cambio de un plato de arroz- y aumentar de forma obscena nuestros beneficios. Algunos lo llamaron globalización. Nosotros lo hemos causado y nos toca arreglarlo. Si no, iremos a peor... todos.
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