habla con desparpajo inglés y alemán, estudió entre la Escuela de Magisterio y el Conservatorio y terminó un ciclo en la ciudad germana de Kiel. Allí compró una bici por 40 euros y al terminar la vendió por 50. De vuelta se lió con Veljko, un chico serbio con el que cruzó Europa en tren y ahora está con su familia en su ciudad natal de Krusevac, donde le ha pillado el final del verano. Su madre la espera impaciente en casa y Lucía empezará a buscarse la vida, aún no sabe muy bien en qué ni dónde. Eso sí, siempre sonriente y no calla. Algo ha cambiado en el plan de vida de los chavales. Antes uno hacía una titulación superior o media con salidas. Con alguna juerga, pero con vistas a colocarse en una empresa con contrato fijo -vitalicio, se entendía- o bien preparar oposiciones para entrar en el edén del funcionariado, daba igual en qué plaza. Luego venía la boda, la hipoteca, los hijos, la segunda residencia y la pecera con climatizador. Y ya está. Ahora ya no hay carreras como tal, el mercado es una jungla de mileuristas que abarca toda Europa y las empresas de toda la vida son multinacionales suecas. Y nada de hipotecas ni de segundas residencias. Todo ha cambiado, para bien o para mal, y quizás cualquier tiempo pasado fuera mejor. Pero Lucía no cambia el suyo ni loca.
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