La ofensiva diplomática desplegada por Alemania y Francia, incluida la insólita visita de los mandatarios de ambos países europeos tanto a Kiev como, sobre todo, al Kremlin, da cuenta de la gravedad de la situación del cruento conflicto que se vive en el este de Ucrania y de la necesidad de atajarlo cuanto antes. No hace aún un año que se inició en la zona un enfrentamiento armado entre las autoridades ucranianas y rebeldes prorrusos apoyados, incluso militarmente, por Moscú, que ya ha dejado más de 5.000 muertos, decenas de miles de desplazados y una situación de grave riesgo para la estabilidad en Europa. El enfrentamiento abiertamente armado y la ineficacia de las medidas adoptadas hasta ahora -incluidas las sanciones económicas al régimen de Vladimir Putin por su implicación directa y a todas luces ilegal en la guerra- ha llegado a un callejón sin salida. La iniciativa tomada por Angela Merkel y François Hollande de reunirse primero con el presidente ucraniano Petró Poroshenko y después con el líder ruso Vladimir Putin es fruto no solo de las consecuencias del enfrentamiento actual y de las miles de víctimas del desigual combate, sino de la determinación de Estados Unidos -y también de la OTAN-, que, ante la demanda de Kiev, ha advertido muy seriamente de que ha llegado el momento de plantearse el envío de armas al ejército de Ucrania para combatir a los prorrusos. Alemania y Francia tratan ahora a la desesperada de evitar que el conflicto entre en una dinámica que supondría una escalada bélica de consecuencias imprevisibles, pero en todo caso catastróficas. El vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, aseguró ayer en la Conferencia de Seguridad de Munich que su país no alentará la guerra pero “permitirá a Ucrania defenderse por sí misma”. Sin embargo, el propio Biden aseguró que la solución al conflicto no puede ser militar, algo en lo que coincidió con Merkel, quien tras sus largas reuniones con los directamente implicados, incidió también en que no hay garantía alguna de que se alcance una solución diplomática. Una diabólica contradicción que parece irresoluble. La pelota, y la carga de la prueba, está en la voluntad de Putin de acatar la legalidad internacional y olvidar sus ansias expansionistas y, también, en la de EEUU de frenar su afán intervencionista de carácter unilateral.