araíz del rotundo triunfo logrado por la coalición de la izquierda alternativa Syriza en las elecciones griegas, los líderes del PP y PSOE, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, se han empeñado estos días en defender el valor del turnismo entre los dos grandes partidos del Estado como la garantía de estabilidad, aunque con un discurso vacuo, frente al incipiente movimiento político-electoral de Podemos, al que ambos dedican un discurso apocalíptico. Esa defensa del bipartidismo es el argumento que manejan quienes saben que el ascenso de popularidad de la formación que lidera Pablo Iglesias tiene bastante más fundamento que las cifras y porcentajes apuntados por las encuestas demoscópicas en el Estado. El bipartidismo, que ya se demostró ineficaz, agotado y sin respaldo en las elecciones europeas, trata de sofocar ahora desde Madrid ese movimiento que presiente como una amenaza porque puede echar el cierre a una etapa política en el Estado. Y para aventar el descrédito lo mismo valen los mensajes de Rajoy como las apariciones de Felipe González o Alfonso Guerra, pasando por las burdas perlas del portavoz popular Rafael Hernando, quien aludiera a los dirigentes de Podemos como “mediocres profesores universitarios formados en el marxismo-leninismo y financiados por Irán”. Extraños compañeros de viaje los que está agrupando esta desatada cruzada, desde gentes de la vieja izquierda a los más conservadores, pasando por el medio oficial de la Conferencia Episcopal y el diario madrileño otrora emblema del progresismo. Ahora mismo, con elecciones a la vuelta de unos meses, PP y PSOE dejan en segundo plano sus propuestas electorales para centrar su discurso en el ataque a Podemos. Habrá quien, al hilo de esos argumentos, ponga en entredicho la figura de Pablo Iglesias, pero también quienes perciban en esas críticas al alimón un intento indisimulado de mantener la alternancia -y las prebendas, los cargos, las concesiones o los negocios- de los últimos treinta años, que al final ha derivado en un sistema en el que la corrupción ha campado a sus anchas y mientras unos se enriquecían, se recortaban derechos sociales y gran parte de la ciudadanía entraba en un proceso de progresivo empobrecimiento. Sostener los beneficios del bipartidismo desde la base del miedo a los cambios pone en entredicho sus fundamentos.
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