Llevo varias semanas como pollo sin cabeza porque ha cerrado el Dortmund, que era donde el amigo Felipe me ponía todos los días el cortado camino al curro. Voy probando distintos sitios e incluso me estoy acostumbrando a dejar a un lado el chute de cafeína mañanero. En esa senda hacia una nueva barra amiga, el otro día tropecé con un local en el que la conversación estaba ya animada a pesar de rondar las nueve de la mañana. Periódicos en mano, un parroquiano le decía a otro: yo votaré a Podemos sólo por joder a todos estos hijos de... Queda claro el mensaje. Es curioso que esa misma idea la estoy percibiendo en mucha gente, personas que, además, tienen la suerte de conocer de cerca a muy pocos políticos. A mí, la vida antes del periodismo (cosas de familia) y esta profesión después, me han hecho encontrarme con muchos. Los que como personas, gestores y políticos merecen la pena, los puedo meter en una lista corta. Los que ni fú, ni fa, son la mayoría. Los que son unos aprovechados, incluso en el sentido delictivo, son pocos pero llamativos. Pero los que siempre me han preocupado son los que todavía no han encontrado su única neurona pero van de listos por la vida. De esos, conozco unos cuantos, algunos en puestos de responsabilidad institucional. Son los peores.