Mi madre solía decirme en mi tierna infancia: prefiero que llores de pequeño, que no de mayor tengamos que llorar todos. Y a continuación, zasca, llorabas. No era un método común, sólo utilizado en situaciones límite, pero entre eso y otras estrategias radicales referidas, por ejemplo, a la comida, le terminó saliendo un hijo con muchos defectos pero, eso sí, honrado. Y aquí, ama, es donde tenemos un problema. Porque si no me hubieses dado esa educación, yo ahora podría tener una tarjeta opaca para pagarte unas joyas y unos viajes. O podría tener mi propia red político-constructora para tenerte como una reina con un chalé y cuentas en Suiza y Andorra. O tendrías la casa repleta de sobres con billetes de los buenos a la espera de blanqueo. O... Y todo eso, incluso en el caso de que me pillasen con las manos en la masa, sin quitarte nada porque no devolvería ni un céntimo de euro ni pisaría la cárcel. Es más, en último caso, si lo hiciese, seguro que a la salida podría negociar una buena cantidad con una televisión para dar una entrevista. Sí, ya sé lo que me vas a decir ahora, lo que me vienes repitiendo desde que me pariste, que lo importante en esta vida es la salud. Ya, no te digo que no, pero es que además de pobre y honrado, me hiciste fumador y bebedor, y claro...