Es lo que tienen las elecciones, que pasan y el ciudadano vuelve a pintar la misma mierda que el día de reflexión. Da igual todo, nos volvemos a quedar en la superficie. Es decir, hay unos resultados y ¿de qué hablamos? De la falta de liderazgo de Rubalcaba, de si no hubo celebración en el balcón pepero de Génova, de si en IU van a entender lo de Podemos, de si lo de Rosa Díez es un buen o un mal resultado... Y lo mismo si venimos a Álava, Navarra, Bizkaia y Gipuzkoa. Políticos y periodistas nos afanamos en hacer sesudos análisis sobre lo que quieren decir estos resultados, sobre todo pensando en la próxima cita con las urnas, que llegará el año que viene. Es decir, al final, y pasa siempre, da igual de qué iba la convocatoria en esta ocasión. Tras la ¿fiesta? de la democracia, lo que ocupa y preocupa son los problemas de los partidos políticos, sus vidas internas, sus cuitas, sus luchas de poder... quedando al margen las cuestiones importantes, es decir, las cosas de nuestro día a día, esas en las que, por cierto, Europa cada vez manda más. Vamos, que a la pregunta que se le puede hacer a un político sobre las lecciones que ha aprendido tras las urnas, la contestación va a ser que la abuela fuma. Su reflexión, la real, se detendrá en su ombligo, no se equivoque.