había en el trastero, dentro de una caja de cartón, un par de monográficos polvorientos, que he rescatado con cariño al saber que también ha sucumbido. No corren buenos tiempos para la lírica en este sector y otra publicación ha tenido que pasarse al soporte digital, pero no como una mejora tecnológica ni como una forma de adaptarse a los nuevos tiempos -que son algunas de las sandeces que se suelen decir en estos casos-, sino como una manera de resistir después de renunciar al papel -que es como se editan las publicaciones de verdad, dejémonos de monsergas- y de buscarse la vida por otros cauces para no quedarse callado. Me incorporé como lector ocasional -era un poco cara y entonces estábamos a otras muchas cosas- en la segunda época de la revista y eran tiempos en los que, para poder sentirse seguro en el mundo, había que encasillarse. Ya fuera en una cuadrilla, en una tendencia musical, en una tendencia cultural -¿alguien supo alguna vez qué significaba eso?- o, sobre todo, en una ideología dogmática. En uno de esos microcosmos éticos que, en resumidas cuentas, te resuelven la vida y te ofrecen una explicación completa y satisfactoria de la existencia. Y para los que no encajábamos en ningún sitio, estaba el pensamiento débil o la revista Ajoblanco. Larga vida.