ayer era la hora de la tradición. La hora de disfrutar nuestra fiesta más entrañable. En tiempos de la pijogastronomía y pintxos con pichorradas, la hora de degustar los ansiados caracoles y perretxikos con las recetas de toda la vida. En la ciudad que se come el tarro con la excelencia acústica de modernos auditorios, la hora de emocionarse con los redobles de un tambor y un barril. En el boom de las redes sociales y ciberencuentros por videoconferencia, la hora de juntarse en las campas de Armentia como si fuera la misma romería popular de hace 500 años. Ayer era la hora de seguir los cánones de la tradición en los txokos o en la calle, con la familia o con los amigos. Y al calor de ese cariño, dar por buena esa secular razón de que siempre ha sido así. En la solemne recepción palaciega de ayer, Javier de Andrés fue prolijo en la exaltación de las sacras tradiciones, la historia y las raíces culturales, hasta el punto de citar de rondón a Ignacio de Loyola con aquello de la mudanza, aunque arrimando el ascua a su sardina al traducirlo en que en esta vida es mejor no hacer cambios. Ayer era la hora de la tradición, sí, pero quizás hoy o mañana tenga que ser la del cambio, y el diputado general seguirá anclado en su rancio discurso de siempre ha sido así, aunque fuera de tiempo.
- Multimedia
- Servicios
- Participación