No es una sensación, sino una certeza: los gobernantes se ríen de nosotros, y a nosotros sólo nos queda reírnos de ellos y trabajar por su extinción. Primer ejemplo entrecomillado: "Ya existe esto, el anuncio que he hecho no es tal, lo siento, no he triunfado otra vez. No tengo remedio, qué le voy a hacer. Estamos para lo que estamos, no para hacer anuncios, sino para hacer política". Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda, la acaba de cagar. Se ha dado cuenta de que ha anunciado una reducción fiscal que ya existía. Y sí, no ha triunfado, no tiene remedio, pero puede hacer algo: largarse con su vergüenza impostada a otra parte. Segundo entrecomillado: "Es desproporcionado lo que ha ocurrido, parece como si en España no hubiera problemas de mayor importancia que poner una multa a una sexagenaria en su coche particular en un carril bus, como si no existiera Jesús Eguiguren, el desafío independentista catalán, los casi seis millones de parados, Gürtel o los ERE en Andalucía". Esperanza Aguirre, ex presidenta de la Comunidad de Madrid y actual presidenta del PP madrileño, intenta disculparse tras su huida de la Policía Local, con moto atropellada. Singular manera de hacerlo: escupiendo. Ambos son ridículas marionetas del poder, peligrosos sujetos que sólo mueven la cabeza para mirarse el ombligo.
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