la hipnopedia es una tecnología que permite introducir lecciones en la mente de un niño mientras duerme, de forma que pueda asimilar conocimientos, hábitos de comportamiento o capacidad de adaptación a la sociedad. Es -de momento- una ficción, sacada de Un mundo feliz, esa novela de Aldous Huxley que versa sobre una sociedad perfecta y estratificada en cinco castas: la élite de los Alfa, los directivos Beta, los técnicos cualificados Gamma, los currelas Delta y los parias Epsilon. La comparación es exagerada, pero los paralelismos, tentadores. Sería el sueño de la reforma de José Ignacio Wert. Y es que en la Lomce hay tres puntos especialmente inquietantes: que otorga toda la capacidad de decisión de los colegios a los directores -a los que se designan Beta- cargándose los consejos escolares y la cultura de la participación; que pone el 55% de los contenidos del currículo bajo control del Estado -erigido en Alfa- y que desprecia materias como artes plásticas, música o filosofía -el principio creativo- en favor de la ciencia, la tecnología o la I+D -el principio productivo de los Gamma-, lo que cuenta de verdad para ser competitivos. Esta ley nos debería poner en guardia frente a la hipnopedia del PP, llevarnos a ejercer en Euskadi el pase foral y, de paso, enseñar en las aulas quién era Bernard Marx.