algunas acusaciones deben conservar su valor nominal y no verse corrompidas ni devaluadas. Racista, fascista, terrorista o traidor son cuatro de acusaciones que deben probarse o de las que hay que retractarse por completo.

No conozco personalmente a María San Gil, esa mujer de enormes ojos teñidos de reproche, ni tuve ocasión de oír lo que dijo, por lo que necesariamente tengo que hacer referencia a lo que los medios de comunicación dicen que dijo; y lo que ponen en su boca es que en Euskadi, ante el fin de ETA, estamos viviendo una pesadilla, consecuencia -deduzco- de una traición a los compromisos de otros tiempos, cuando ella era dirigente del PP. Ante tal excéntrica afirmación, de la que a buen seguro no se retractará y que se da de bruces con la realidad, no hay más remedio que preguntarse qué le ocurre a esa señora. Pregunta extensible a determinadas víctimas del terrorismo, a efímeras celebridades del periodismo y a políticos a la búsqueda de una segunda oportunidad. Anticipo una respuesta: todos ellos comparten la misma reacción ante lo que no les gusta, algo que los ingleses llaman eyes wide shut (ojos bien cerrados), expresión que el lector recordará por ser título de una película de Stanley Kubrick con Tom Cruise y Nicole Kidman. Por ello seguirán negando, durante el tiempo que puedan, lo que sencillamente no quieren ver. La situación que vive Euskadi, sin atentados, sin que nadie tema ser asesinado o extorsionado, aceptando quienes se enfrentaron al Estado el cumplimiento de la ley, no es trágica por más que resulte penosa para San Gil y adyacentes. Decir que ETA es victoriosa porque Bildu ocupa importantes instituciones es una mentira que sólo desacredita a quienes la propalan y que lejos de unirnos a los vascos en torno a una clara comprensión de la culpa y la inocencia, del crimen y la justicia, pretende alentar el cinismo moral y favorecer los intereses egoístas de quienes se benefician del mantenimiento de esta guerra acabada.

Aún más chocante resulta esta negación de los hechos cuando se va abriendo paso el compromiso de los partidos políticos y la sociedad en su conjunto sobre el fundamento de que la historia no se pondrá al servicio de los terroristas para justificar retrospectivamente crímenes pasados. Como igualmente se abre paso la constatación de que aquellos que condenan el delito pero rechazan la gracia o la dulcificación del cumplimiento de las penas se ven cada vez más y más arrinconados. Hay un poso de resentimiento morboso en quienes pretenden que el culpable no sólo sepa que lo es, sino que tiene que aprender a sentirse culpable por el resto de su existencia. La más virulenta expresión de esta forma de pensar es una frase que esas mismas personas repiten desde que se produjeron las excarcelaciones derivadas de la anulación de la doctrina Parot: "Habrán cumplido sus penas pero seguirán siendo unos asesinos".

Ahora hace un siglo se diagnosticó el nuevo cuadro clínico de la neurastenia, a la que hoy día llamamos el síndrome del quemado. Una buena política se mide por su efectividad, no por su virtud, y este final del terrorismo de ETA, por escasamente virtuoso que les parezca a San Gil y condolientes, está efectivamente más próximo gracias a quienes desde posiciones distantes y roles distintos -Gobierno Vasco, Gobierno español precedente, policía, magistratura, mayoría de partidos y amplio espectro social- han aprendido, como Macbeth, "que no se puede medir el dolor por su valía, pues entonces sería infinito". Mantenerse inmóvil, petrificado en el eterno dolor, conduce a estar permanentemente quemado. Constato que estos quemados ningún eco reciben de los actuales dirigentes el PP del País Vasco, quienes bien al contrario comienzan a sacudirse los reproches de los inmovilistas como el viajero se sacude el polvo del camino de su ropa y zapatos. Al menos, esa es la impresión que uno saca de la entrevista concedida al Grupo Noticias por Borja Sémper. Cuando el entrevistador le pide valorar la advertencia que hace escasos días le hizo Consuelo Ordóñez en el cementerio de Polloe, "a ti te van a dar, pero bien además", el dirigente guipuzcoano no tiene reparo en contestar displicentemente: "Tras tantos años de política en Euskadi, tengo la piel bastante gruesa".

San Gil, Mayor Oreja, Aznar y peregrinos acompañantes comenzaron condenando el terrorismo de ETA; luego, el nacionalismo vasco; posteriormente, a la Iglesia cómplice; más adelante, al Tribunal Europeo; seguidamente, a la Audiencia Nacional; y de la mano, al Gobierno de España por no cortocircuitarla. Y, siguiendo el principio de la mecánica según el cual una rueda que ya no toca el suelo se mueve cada vez a mayor velocidad, ahora le ha llegado el turno al partido que lideraron. Ex ecclesia, nulla salus (no hay salvación fuera de la Iglesia), proclamó Santo Tomás, y ese parece ser el destino que el PP tiene dispuesto para quienes, incapaces de adaptarse al nuevo tiempo, necesitan de una ETA viva que dé sentido a sus vidas. Pero ¿realmente no hay salvación fuera de la Iglesia? Quienes opinan lo contrario ya se han agrupado en torno a Vox, aunque no creo que esta nueva formación política sea el puerto de refugio de los desencantados de la derecha del PP, que permanecerán en cubierta hasta que el barco comience a hacer agua, cosa por el momento poco probable. Por lo tanto, aquellos que fueron algo en el PP y ahora no lo son seguirán dedicados, cual monjes tibetanos, a dar vueltas al molino de rezos entonando la plegaria de que en Euskadi todo es ETA o pusilanimidad frente a ETA.

Sobre un Camus cada vez más entronizado en el papel de supremo y moral acusador público, Sartre, que de esta forma acabó con la amistad que les unía, dijo: "Usted pronuncia sentencias y el mundo sigue impasible. Sus condenas se desintegran al contacto con la realidad y usted se ve obligado a comenzar de nuevo. Si se detuviera, se vería usted tal como es: así que está usted condenado a condenar".