En algunos sectores sociales ha causado sorpresa la contundencia con la que se pronunció la pasada semana el lehendakari Urkullu con respecto a la monarquía española. "¿La república?", le preguntaron. "Claro que sí", respondió sin vacilar el presidente del Gobierno Vasco, quien argumentó su respuesta: "No creo que la monarquía sea en esta Europa occidental el modelo más representativo, hay otros modelos en el mundo actual que responden más fielmente a lo que pueda ser la voluntad de la ciudadanía". Es evidente que sus palabras están pronunciadas en un contexto muy determinado. La cercanía en el tiempo del discurso navideño del monarca Juan Carlos de Borbón, su patética imagen durante la atropellada y titubeante lectura de un simple texto en la Pascua Militar el pasado lunes y la segunda imputación de su hija, la infanta Cristina, el día anterior fueron acontecimientos clave que, a buen seguro, influyeron en la contundencia del mensaje del lehendakari. Pero aunque estas circunstancias -graves todas ellas- pudieron ser el detonante, no parece que fueran el motivo central de la argumentación. Lo vino a destacar el propio Urkullu cuando señaló: "Yo lo que me pregunto constantemente es si la monarquía está obrando en función del papel que, supuestamente, teóricamente, le corresponde, más allá de situaciones físicas y personales que respeto". Es decir, no es solo el deterioro físico del monarca o su situación personal, agravada tanto por sus propias actuaciones y correrías como por las de su familia, sino el papel que está jugando la Casa Real en una sociedad democrática del siglo XXI. Ese es el debate real, que está en la calle y en los medios de comunicación, por mucho que se quiera ocultar. Un debate necesario y, a la vista de las circunstancias, cada día más. Es cierto que el nacionalismo democrático institucional ha estado históricamente alejado de la discusión sobre el modelo de Estado y ha priorizado siempre el respeto a su autogobierno por encima de la forma de monarquía o república en que se sustenta y que, por un mínimo respeto institucional, ha tenido una relación normalizada con el rey, en su función de jefe del Estado. Pero cada vez es mayor el clamor que exige un debate sobre lo que el Urkullu denominó "otros modelos" que respondan "a la voluntad de la ciudadanía".
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