EL afloramiento del caso Bárcenas desvela un tejido de corruptores, corruptos y encubridores que, a no tardar, comenzará a ser identificado con nombres y apellidos concretos. Se trata de basura imposible de reciclar. Importan muy poco la intencionalidad de las revelaciones. Qué más nos da que descubran la intensidad de la guerra abierta entre los clanes internos del PP para provocar el naufragio definitivo del Gobierno Rajoy. Aunque haga derrumbarse la ya escasísima confianza en la política, el descubrimiento de tanta podredumbre es una inmensa contribución a su regeneración. La crisis actúa como factor multiplicador de una purga necesaria para un recomienzo higiénico de la política.
La historia reciente nos ofrece ejemplos claros de cómo a la purga puede seguirle una degeneración. Italia es el ejemplo más a mano. La presión judicial y el escándalo social acabaron, hace una veintena de años, con el sistema de partidos de la posguerra. El sistema que sustituyó a la Tangentopolis, además de persistir en los vicios del anterior, en el fraude y la corrupción, aportó males singulares como el poder mediático y el populismo.
Que no haya, sin embargo, motivo para el optimismo no es cosa mala. Que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, lo dijo Lord Acton. Es un dato, no un descubrimiento. La experiencia muestra que la inclinación del poder a enviciarse sólo puede ser contenida a través de instrumentos institucionales de control y reparto de poder que lo contrapesen. Es importante remarcar este hecho en este momento de crisis, en el que la demagogia del ahorro lleva a que la centralización, la simplificación o la pura eliminación de poderes institucionales que ejercen de contrapeso sean aceptadas de buen grado.
La confianza social legitima las instituciones. Pero no es fe ciega, crece o se debilita a la vista de cómo se ejercita el poder institucional. Por eso, es importante subrayar la idea de que la confianza está supeditada a que el poder se ejerza a la vista de la ciudadanía. La corrupción está ligada a la falta de accesibilidad a la información, al secreto y a la falta de transparencia. El buen gobierno debe articular mecanismos de transparencia y rendición de cuentas al alcance de los ciudadanos, de tal manera que facilite el desarrollo de una cultura social activa, observadora y fiscalizadora de la actividad pública.
El derrumbamiento del sistema de partidos es un escenario indeseable que no garantiza una regeneración política. Este proceso, sin embargo, depende de la propia actitud de los partidos. Son ellos los que encauzan la participación política, designan y marcan de cerca a los responsables de las instituciones. Una cultura regeneradora de la política necesita partidos interconectados con la sociedad, en los que prevalezca el pulso social sobre el cierre de filas en torno a los aparatos.