PODRÍA calificarse el conflicto entre el Ayuntamiento y los dueños de la vaquería de Aretxabaleta como una lucha entre el fuerte y el débil, pero eso sería compendiar en una expresión cómoda un enfrentamiento que ni nació ayer ni previsiblemente se cerrará por completo en un corto periodo de tiempo. Hay demasiado factores que convergen desde diferentes puntos de origen y acaban por convertir en un galimatías lo que ha ocurrido durante las últimas semanas en este pueblo gasteiztarra, por lo que no cabe reducir la pugna presente a lo que cabría deducir de las imágenes que estos dos últimos días ha ofrecido la actuación de los responsables municipales: una granja rodeada de agentes de la Policía Local, como si se tratara de una acción de rescate o una invasión. La vaquería de los López de Suso no es la primera actividad agroganadera que se desmantela en la ciudad, pero quizás sí sea la última, y con ella se retira hacia el monte uno de los últimos vestigios de la Vitoria de antaño. Tampoco la expansión urbanística en Aretxabaleta es una idea reciente, aunque su aplicación se ha demorado de manera notable, bien por desidia, bien por el deseo de engordar alguna cuenta bancaria a costa del suelo y la especulación. Lo cierto es que el acuerdo entre unos y otros, enredado en filtraciones interesadas e innecesarias, se ha complicado tanto que ha acabado por nublar el buen juicio de las partes en litigio. Es cierto que el Ayuntamiento y Ensanche 21 no han sido un prodigio de corrección en sus encuentros con los vecinos de Aretxabaleta (de hecho, han logrado dividir al pueblo, una mala costumbre), pero también lo es que la familia López de Suso ha tensado la cuerda inútilmente para negociar a sabiendas de que su destino era mover -ayer, hoy o mañana- la vaquería. Pero lo peor de toda esta historia, soslayando que el hecho de que un desarrollo urbanístico que se come una explotación agraria en los límites de la ciudad no cuadra bien en los parámetros de una Green Capital, reside en la decisión municipal de convertir este litigio, que podría haberse resuelto con un poco más de paciencia y sentido común por ambas partes, en una operación policial sin precedentes. No ayuda a mejorar la imagen del Ayuntamiento ver un pueblo tomado por decenas de agentes.