Todo proceso de educación supone el paso del ser al deber ser. Es partir de la situación educativa en que se encuentra un chico para llegar a un estado de mayor perfección. Para dar este paso el educando necesita ordinariamente la ayuda de los padres y los profesores, porque de por sí tiende a la comodidad, a lo fácil y al mínimo esfuerzo. Para que esa ayuda sea efectiva el educador ha de exigir con fortaleza, pero con afecto, buscando siempre el bien del chico.
En los tiempos actuales observamos que tanto algunos padres como profesores no ejercen esta exigencia necesaria para lograr la educación. Una razón es que piensan que la exigencia es incompatible con la tolerancia y la democracia y lo que está de moda en el ambiente es respetar la libertad de los pequeños. Una cosa es el objeto positivo de educar en la libertad y para la libertad y otra es dejar hacer, el encogerse de hombros y dejar en el abandono a los chicos. Esto supone una dejación de deberes por parte del educador que produce un perjuicio en el educando.
Otras veces los padres dicen que no están formados para educar a sus hijos, que no tienen conocimientos suficientes de las asignaturas para poderles ayudar y que esa labor la dejan en manos de los profesores. Con esta postura caen en el error: La explicación de las materias escolares es labor prioritaria de los profesores y de forma secundaria de los padres, pero la formación humana y la adquisición de hábitos de conducta es tarea prioritaria de los padres y de forma subsidiaria de los profesores.
Algunos padres no se atreven a exigir a los pequeños porque dicen que no tienen autoridad, que no les hacen caso y que no les obedecen. En este caso han de aprender a ganar autoridad y lograr con buenas maneras que sus hijos les obedezcan. Porque los hijos primero desobedecerán, pero después discutirán, les gritarán, les insultarán o les pegarán. Algunos padres tienen que denunciar a sus hijos por malos tratos a sus progenitores.
En otras ocasiones los padres no exigen a sus hijos por miedo a perder su cariño o por temor a que les pase algo malo o que les produzca un trauma o quedar mal ante los vecinos o amigos. En estos casos que se quieren más a sí mismos que a los pequeños y anteponen su bien al suyo. El afecto no quiere decir exceso de indulgencia ni falta de exigencia, porque el afecto, cuando es verdadero, va unido a la exigencia.