Creo sinceramente -y dicho sea sin complejos- que nuestras fiestas de La Blanca son mucho más populares, participativas y callejeras que cualesquiera otras de nuestro entorno, con la excepción de los Sanfermines. Quizás no tengan tanta afluencia de turistas como la Semana Grande de San Sebastián ni sean tan masivas como la de Bilbao, pero desde luego la calle tiene en Vitoria un ambiente que no tiene nada que envidiar.

Ahora bien, lo que sí creo que deja mucho que desear en nuestras fiestas es el programa oficial que acapara el Ayuntamiento. Aparte de que carece de originalidad y de que todos los años es el mismo -aunque en esta edición el cartel de los conciertos ha bajado mucho y es muy pobre-, está todo tan institucionalizado que deja poco margen a otras iniciativas populares independientes.

Lo que creo que salva el programa son algunas actividades organizadas por los blusas. En algunos casos incluso estos actos están también subvencionados, aunque por lo menos en las cuadrillas de blusas hay todavía un punto de espontaneidad y carácter popular y callejero que es precisamente el que salva a La Blanca.

Al término de las fiestas, el Ayuntamiento seguramente hará un triunfal balance de actos organizados y afluencia de público -nunca sé cómo llegan a contabilizarlo-, pero creo que el equipo de gobierno municipal debería hacer otro tipo de reflexiones, aparte de vender estos números, que en términos cualitativos dicen más bien poco.

Quizás el propio Ayuntamiento debiera abrir un debate para revitalizar el espíritu festivo de La Blanca e implicar a las cuadrillas de blusas para que éstas, aparte de recibir subvenciones, asuman más iniciativa en la organización del programa.