Hemos visto cómo una de las máximas instituciones del país puede convertirse en una chirigota. La altura de sus protagonistas ha quedado perfectamente descrita en ese ruidoso desprecio a la soberanía popular, además de mermar las esperanzas sobre una victoria de la razón sobre la palabrería. El presidente del Senado, Javier Rojo, se quedó corto en su reprimenda. No podemos permanecer callados viendo cómo una comparecencia del presidente del Gobierno acaba en una sinfonía descabellada de ruidos y carcajadas cuando nuestra tasa de paro rebasa los cuatro millones. ¿Vivimos en un ambiente intelectual de cafetería?
Que la democracia y el sistema de partidos es conveniente nadie lo duda, pero algunos de sus miembros parecen estar atrapados en un mitin de agrupación local interminable.
Debemos exigir un material humano de calidad con dotes reflexivas, capaz de debatir propuestas que ilustren con nitidez las posiciones de cada cual, sin dejarse influir por el momento político concreto. Necesitamos participar de un proceso en el que nos sintamos realmente defendidos por nuestros representantes, en vez de ser forzados a cambiar de canal cuando la algarada suplanta a la virtud del debate. Podemos reclamar una retórica nueva que corresponda a la madurez de la sociedad civil. Hay muchos hombres y mujeres que afortunadamente responden al perfil necesario para poder conducir una situación como la presente, aunque en ocasiones podamos pensar todo lo contrario.
La solución a este bache empieza por las propias personas, ingrediente imprescindible si queremos culminar con éxito este duro proceso de reconstrucción.