Me acaban de pasar una de esas comunicaciones que circulan por Internet con los sueldos, dietas y vacaciones de presidentes, alcaldes, diputados y personal político, comparándolos con los sueldos de un cirujano o la pensión de una viuda. Para abrirse el pecho, arrancarse los hígados y tirarlos a un estercolero de vergüenza.
Pero eso es lo de menos, siendo como es el reflejo claro del mundo en que vivimos, aunque por mucho menos dinero hay gente que mata. Lo más terrorífico está en quien soporta ese engranaje de la partidocracia: los deudos, parientes, vasallos, directores, subdirectores y canalla de a pie.
El poder facilita buenas casas, buenas mesas, buenas hembras, oropéndola y fulgor. Dinero e influencia a capazos para comprar y vender a amigos y enemigos: a esas alturas no existen diferencias. Dinero público a espuertas para colocar a esposos y esposas, hijos, hermanos, sobrinos, amiguetes y amiguillos, que crean el tejido testicular y ovárico por donde fluye el poder. Todos ellos acaban siendo tresmileuristas, por lo menos, a cuenta del Gobierno o de sociedades afines a él. Y aquí me las den todas. Dame pan y dime tonto.
En esta segunda parte de la película es donde radica el verdadero poder, de donde se saca y mantiene la dependencia a la droga dura del poder que crea alucinaciones tales como que sin mi presencia esto no marchará bien. Sobre todo cuando ya se han hecho millonarios. Y es que con el poder se hacen millonarios y los millonarios tienen más miedo que los demás. Y se vuelven inquietos, nerviosos, obsesivos en los controles.