COMO decía un periodista gráfico en una de sus viñetas: Con la crisis aumenta la mangancia. La falta de trabajo hace que todo tipo de profesionales se dediquen a redondear sus presupuestos mediante el pullazo, sablazo o simple latrocinio. Como quiera llamársele al simple hecho de cambiar una pieza cuando podría ser reparada; iniciar un pleito cuando podría plantearse un acuerdo; pasar a quirófano lo que se repararía con quietud; solicitar un informe técnico acerca de hacia qué lado se deben atornillar los tornillos? En fin, que en este atribulado medio en que vivimos el robar se va a convertir en un verbo de primera necesidad, pues si de cada 100 individuos con los que te relacionas, 98 te timan (incluyo a los funcionarios cuya desidia y falta de celo constituye también un robo), no habrá ganancia lícita que dé para tanto saqueo, será preciso conjugar también ese verbo para poder subsistir.

Aquí, en esta Península ibérica donde árabes y judíos sembraron profusamente sus estirpes, se hace perfecta realidad la frase de Voltaire al hablar de Abraham: "Los ladrones árabes han sido prodigiosamente superiores a los ladrones judíos". Así, nos encontramos que si acudimos al pequeño comercio de la esquina nos venden sucedáneos de productos de marca que se nos destiñen o rompen al primer uso; si intentamos reparar un electrodoméstico o el coche, el servicio técnico o el concesionario nos cargan una factura que supone el 25% o más del valor de reposición del aparato en cuestión; si compramos marca blanca nos roban en la calidad; si?

No hay normativa referente al monto máximo de las reparaciones y, si la hay, no se vigila su cumplimiento, con lo que -a la fuerza- nos hemos convertido en una sociedad que prefiere sustituir y tirar a reparar y conservar. Dilapidamos por sistema y gastamos el 30% de nuestros esfuerzos mentales en intentar que el conciudadano con el que has de tropezar no te robe excesivamente. Así, el que vive en una cueva de ladrones, o se adapta o muere, es ley de vida, ya lo dijo Darwin, aunque hoy diríamos que es ley debida.

Si miramos la copla que dice: "Al vulgo le da igual, al que roba llama ladrón, así lo haga por simple tirón o por argucia legal".

Ahora estamos en la fase de argucia legal, pero pronto llegaremos a la de simple tirón y acertaremos parafraseando el hispano y fisiológico refrán al decir: Roba el Rey, roba el Papa y sin robar nadie se escapa. Roban las compañías fabricantes de vacunas antigripales con la connivencia de los gobiernos; roban los administradores de las casas reales así fallezcan excarcelados; roban las diócesis de la Santa Madre Iglesia inmatriculando en el Registro de la Propiedad, fraudulentamente, las iglesias y otros bienes sufragados por el común de los vecinos (ver Escándalo Monumental, Ed. Txalaparta); roba el que te repara la lavadora; roba? ¡Vamos, que roba todo Dios! Y todo por seguir el ejemplo de nuestros políticos donde la norma es el robo y la excepción la honestidad. ¡Cuánto más eficaz, ecológico y sosegado sería un mundo en que predominase la honestidad frente al pillaje!

Ramón Doria Bajo