ALGO ocurre con las piscinas en Vitoria. Que estén gafadas tiene que ver, en gran medida, con los años que ya han cumplido muchas de ellas, pero también con la gestión de nuestros próceres, los de ayer y hoy y, seguramente, mañana. Es el expediente X local, aunque a más de uno le cueste reconocerlo. No se trata de enumerar ahora la lista de desatinos y torpezas, en vaso cubierto o descubierto, los retrasos, las grietas, las baldosas, los resbalones, el cloro... Cualquiera que lea estas líneas tendrá su particular experiencia, así que tampoco hay que desenterrar lo que ya dejamos atrás, sino enfrentarnos a lo que vendrá. Y lo que vendrá tiene miga. Los munícipes con cetro y corona se enfadaron hace unas semanas con este diario cuando preguntó cómo demonios iban a meter el vaso de la piscina cubierta de Mendizorroza si ya habían levantado la fastuosa cristalera exterior del edificio; sólo era una pregunta, no hacía falta el mosqueo. Y entonces contestaron lo que, parece, van a hacer: la introducirán a cachos y, según dijeron entonces y no han confirmado aún, por el garaje. Uno, ignorante en conocimientos piscineros, suponía que primero se hace el agujero y después se ponen las paredes; hete aquí que existen más opciones, y Vitoria adopta una de ellas. No hay por qué desconfiar de las nuevas tecnologías, que seguramente las piezas encajarán, y si no ya pondrán un poco de masilla para tapar agujeros, que existe el superglu a prueba de baños de recreo, que todo irá bien y podremos hacer varios largos bajo techo... Pero pongan el tapón, ¿vale?
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