el protagonismo del prototipo de la furgoneta eléctrica de Mercedes -basada en la clásica Vito que se produce en la capital alavesa- mostró ayer que la apuesta por el coche verde es ya palpable y puso broche a la clausura de la cumbre de ministros europeos de Competitividad celebrada en Donostia. Los sectores de la automoción y la energía han ido de la mano para convencer a la Unión Europea de la necesidad de impulsar la investigación y el desarrollo del coche eléctrico como factor estratégico de futuro y, de hecho, los ministros de Industria alimentaron las expectativas del revolucionario vehículo y urgieron a la armonización tecnológica y normativa para su producción. Aunque de momento no pasaron de ahí, ya supuso un primer paso. El hecho cierto es que se vislumbra una interesante oportunidad que puede introducir un vuelco en un sector tan sensible para la economía alavesa, vasca y europea como el de la automoción. Según los cálculos de sus impulsores, para 2050 uno de cada tres automóviles será eléctrico, otro recurrirá a fórmulas híbridas y únicamente el tercio restante mantendrá la combustión tradicional. Y ésta es una realidad en la que Álava cuenta con una buena posición de partida. Mercedes-Benz producirá este mismo año 100 unidades -como anticipo a otras 2.000 que prevé en una siguiente escala- de la Vito eléctrica, cuya fabricación recaerá íntegramente en su factoría de Gasteiz, aunque bien es cierto que con el valor añadido de la tecnología dependiente de Alemania. Asimismo, hace apenas quince días un grupo de empresarios alaveses, asociados al Instituto Tecnológico de Massachusets y radicados en el Parque Tecnológico de Miñano, prometió sacar a la venta en dos años un biplaza urbano eléctrico. El coche verde es, en definitiva, una realidad que ya comienza a rodar y de la que Álava no se puede apear, como tampoco el Gobierno Vasco, cuyo lehendakari parece más preocupado del liderazgo institucional que de apoyar iniciativas aun independientes de la tutela gubernamental. Si el esfuerzo no se destina a generar tejido industrial propio y a incentivar la I+D+i -sobre la que la llamada declaración de Donostia consensuada en la cumbre de Competitividad apenas ha aportado obviedades-, el coche eléctrico puede correr el riesgo de terminar convirtiéndose en el cuento de la lechera.