LA historia de la activista saharaui Aminetu Haidar es susceptible de un análisis en varios niveles: el humano (su vida está en juego), el diplomático (el asunto ha provocado una crisis entre los estados de España y Marruecos) y el geopolítico (ha puesto en agenda internacional un problema enquistado como es el derecho a la autodeterminación del Sahara Occidental y el papel de la ONU). Todos los ámbitos están interrelacionados. Por humanidad urge una solución a la situación concreta de esta mujer que está decidida a llevar adelante su huelga de hambre entre un caótico toma y daca de maniobras entre España y Marruecos. Todas las partes deberían dar pasos para evitar que la protesta tenga un fatal desenlace, aunque sin caer en el error de que las ramas no dejen ver el bosque porque, evidentemente, Haidar ha puesto sobre la mesa un asunto de fondo como es el problema saharaui, fruto de un mal proceso de descolonización española y de la falta de valentía y compromiso de la comunidad internacional -y el cinismo de Marruecos- para hacer efectivas diversas resoluciones y planteamientos de la ONU que daban la razón a la causa saharaui. Hay muchos intereses geoestratégicos y económicos en juego. La sombra de EEUU y Francia es alargada, pero España no puede escurrir el bulto pese a la incomodidad de apoyar el derecho a un referéndum de autodeterminación para el pueblo saharaui y negar cualquier consulta de ese estilo en la CAV o Cataluña. A veces las formas también son el fondo y no debe pasar desapercibido el medio de presión pacífico elegido por la militante saharaui (mientras en otros conflictos y causas se apuesta por acciones que ponen en juego la vida de los demás, Haidar se juega su vida), opción que también conecta con la filosofía negociadora de los últimos años del Frente Polisario, que optó por dejar las armas en espera de una salida pacífica auspiciada por la ONU y que pasa por el derecho a la autodeterminación, no por una autonomía bajo un régimen no democrático como el marroquí. La comunidad internacional no puede permitir que la conclusión es que las vías pacíficas no sirven para nada, porque estaría avalando las tesis que en otros lugares están abocando a que los conflictos degeneren en callejones sin salida con invasiones militares y terroristas suicidas que siembran el planeta de tragedias y vulneraciones de los derechos humanos.