primera vista, no hay guerra más absurda que la que se está disputando en el Yemen desde 2015. Porque allá no hay nada que ganar y mucho que perder. Y sin embargo, esta empecinada matanza tiene su miaja de lógica€ Y una infinita crueldad.
De que no hay nada que ganar en Yemen salta a la vista. La república no es sólo el más pobre de los estados árabes, es también uno de los más pobres del mundo: sus 30 millones de habitantes viven -decir malviven sería más exacto- con menos de 2.500 dólares al año. Además, es un país profundamente dividido religiosa y socialmente entre sunitas y chiítas; y entre un norte tribal, arcaico y adicto al khat (la coca africana) en tanto que el sur es rabiosamente socialista, más aperturista y casi igual de pobre.
Y sin embargo, en Yemen hay algo que gana€ Para el Irán o Arabia Saudita, empeñados en una tensa pugna por hacerse con la hegemonía en el mundo musulmán. Sobre todo para el Irán, la baza yemení es enormemente tentadora por cuanto se trata de un territorio tradicionalmente dominado por sus vecinos sauditas y de gran valor estratégico en el comercio naval. Por ahora los iraníes se han llevado la mejor parte en la guerra civil yemení y lo han hecho más por deméritos militares sauditas que por sus costosas ayudas a los rebeldes agrupados alrededor de la tribu houthi.
La rivalidad arabo-persa es casi milenaria y si bien ha tenido siempre una fachada religiosa (chiítas contra sunitas) ha sido desde un principio una lucha por el poder y los dineros, los tributos. Lo del poder es evidente para todo el mundo, pero a los cristianos se nos escapa la importancia del diezmo en el mundo islámico. Y aún más en el mundo chiíta, donde la aportación de los fieles no es del 10% de sus ganancias, sino del doble.
A iraníes y sauditas les resulta evidente en estos momentos lo ruinosa que les resulta la aventura yemení; sobre todo, a los árabes que han ensartado una serie inexplicable de fracasos militares. Pero Teherán y Riad están "cabalgando un tigre" y no saben cómo retirarse de esa lucha sin hacer el ridículo ante el mundo musulmán y -mucho más importante- sin pagar un altísimo precio político en su propia casa. Porque tanto en el Irán de los ayatolás como en la Arabia de los Saud está creciendo una oposición política a la que los actuales gobernantes no están acostumbrados. Y nada da tanto miedo como lo desconocido.