washington - Ha pasado poco más de un siglo desde que los cazadores y cowboys actuaban como exterminadores del bisonte americano, el gigantesco y resistente animal que dominaba las extensísimas praderas norteamericanas y daba sustento a sus poblaciones nativas.
Después de una campaña de exterminio que casi eliminó la especie, el gobierno norteamericano ha decidido volver a sus orígenes y darle un lugar de honor: el presidente Obama firmó a principios de mayo una declaración por la cual nombraba al “búfalo” el “mamífero nacional”.
Es casi un reconocimiento de culpabilidad ante los pobladores nativos y los ecologistas del país, bien diferente de las actitudes de hace poco más de cien años. Las últimas décadas del siglo XIX dieron gloria al famoso “Buffalo Bill”, un hombre que entre sus muchas proezas contaba con la de haber matado 4.000 de estos gigantescos animales en tan solo dos años.
No eran aquellas épocas de gran preocupación ecologista y más de unos pocos comandantes norteamericanos tenían ordenado a sus tropas que mataran tantos búfalos como pudieran -no para alimentarse ellos, sino para eliminar una importante fuente de sustento de las tribus indias del país-.
En realidad, lo que los primeros colonos norteamericanos llamaban “búfalo”, y todavía hoy se conoce en Estados Unidos por ese nombre, es en realidad un bisonte, una de las tres versiones que aún existen en el mundo de esta especie casi extinta: una en Europa y dos en América. El nombre de búfalo solo corresponde propiamente a un animal de la misma familia bovina, el gigantesco “búfalo de agua” asiático y el africano, que nunca ha sido domesticado y se identifica por una larga y curvada cornamenta.
Cuando empezó la conquista europea del continente, millones de bisontes tenían su casa en lo que hoy es Estados Unidos y Canadá y sus manadas se sentían antes de verse, pues lo masivo de su número, su gran velocidad (casi 50 kms por hora) y enorme peso, hacía temblar la tierra cuando aún no se les podía vislumbrar.
El exterminio sistemático redujo sus cifras, que algunos estiman en 30 millones y otros hablan incluso de 200 millones, a unos pocos centenares a principios de siglo. Pero los esfuerzos de organizaciones ecologistas y del presidente Theodore Roosevelt, un gran amante de la naturaleza, impulsaron un proceso de recuperación que da frutos evidentes: tan solo en el parque natural de Yellowstone, hay hoy en día aproximadamente 30.000 bisontes americanos y se estima que en todo el país podría haber más de medio millón.
Pero la nueva generación es muy distinta de sus temibles predecesores: la mayoría vive ahora en rebaños, su carne y su piel son apreciados como alimento y para artículos de cuero y algunos sospechan que los repetidos intentos de cruzarlos con vacunos europeos ha producido cambios genéticos que los han hecho más mansos. Aun así, en Yellowstone los guardias advierten a los visitantes que mantengan una distancia mínima de 25 metros, pues es el animal del parque que más heridas ha producido a los visitantes.
Como en tantas cosas, el bisonte americano sufrió y mejoró al albur de su impacto económico: los primeros colonos, al ver tales cantidades de posibles rebaños, trataron de domesticarlos y utilizarlo para carne, pero tras múltiples intentos vieron que era difícil dominarlos y todavía más difícil comérselos: su carne era dura y correosa, a excepción de la lengua, la única parte que los nuevos colonos se comían. También podían aprovechar su piel para artículos de cuero, que hacía la matanza de búfalos todavía más interesante.
Hubo repetidos intentos de cruzarlo con los bovinos europeos, pues importar vacunos de Europa resultaba difícil, ante los problemas que las grandes diferencias climáticas representaban para la supervivencia de ganados acostumbrados a los climas moderados europeos. Todavía no habían nacido ni el científico Einstein ni la famosa y bella bailarina americana Isadora Duncan. Se cuenta que Duncan escribió a Einstein para sugerirle que engendrara un hijo con ella, que tendría así la inteligencia del padre y la belleza de la madre, pero Einstein le respondió señalando el riesgo de que tuviera la belleza del padre y la inteligencia de la madre.
Algo así les ocurrió a los ganaderos, que obtuvieron cattlelo (cattle y búfalo), que en vez de un animal con carne tierna como la del buey europeo y resistente al clima como el bisonte americano, les salió un animal con la carne del bisonte y la resistencia del buey.
Entretanto, los bisontes americanos se han convertido en una atracción turística, no solo en los parques, sino incluso en granjas privadas, donde los propietarios los ponen bien a la vista para atraer compradores de frutas y verduras frescas. También se benefician de la preocupación por la salud, porque su carne es hoy en día muy preciada... a condición de que uno se la coma picada, porque fuera de hamburguesas de búfalo, o los macarrones a la boloñesa, su carne es una correa inmasticable, y la versión cruda es tan sanguinolenta que pocos se atreven a zamparse un bistec tartar de bisonte y mucho menos, un bistec poco hecho.
Pero los centros dietéticos aseguran que estos animales tienen un sistema mejor que los bovinos europeos para digerir la hierba y producen carne con poco colesterol y grasa y más proteína que cualquier otra. Pero esta nueva corriente dietética no parece ser una amenaza para la nueva generación de bisontes: cada año unos 100.000 búfalos acaban en los platos de los comensales, aproximadamente el número de vacuno que pasa cada día por los mataderos.