La presidenta brasileña Dilma Rousseff se enfrenta a las urnas en un escenario adverso: el gigante sudamericano acumula dos trimestres de crecimiento económico negativo y las previsiones apuntan a que este año se expandirá apenas 0,3%; la inflación está en alza, y aún perdura la resaca de la agitación social que se vivió durante el Mundial de Fútbol, cuando la abultada clase media salió a las calles contra la corrupción política y para exigir mejores servicios sociales. La irrupción de la candidata ecologista Marina Silva en la carrera electoral, tras el fallecimiento de Eduardo Campos en accidente de avión, hizo tambalear por momentos su camino a la reelección, pero los últimos sondeos muestran un repunte de la mandataria frente una leve caída de Silva, que acorta distancias con Aécio Neves.

Según los sondeos, Rousseff ganaría la primera vuelta electoral de hoy con en torno al 45% de los votos, frente al 28% de Silva y el 22% de Aécio Neves. Este resultado obligaría a celebrar una segunda ronda, en la que se prevé una nueva victoria de la mandataria. Un análisis detallado de las encuestas revela que las preferencias del electorado, formado por 142 millones de personas, están divididas por clases. Mientras que la A y B, las más pudientes, apoyan mayoritariamente a la candidata ecologista, la D y E, las más desfavorecidas, se inclinan por Rousseff. Por lo tanto, la clave está en la dividida clase C, que agrupa a más de la mitad del electorado y tiene un ingreso medio mensual de 1.000 euros. Esta es la clase media, a la que han ingresado 40 millones de personas en los últimos doce años gracias a las políticas implantadas por el Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva y que en los últimos meses ha demostrado su fuerza en las calles.

Preferencias Se prevé que nueve de cada diez electores voten por un candidato de centro o centro-izquierda. Sin embargo, los sondeos muestran también que la sociedad brasileña no vota por cuestión de ideología política -un 41% de los brasileños no se posiciona con ninguna corriente-. La mayoría se identifica con políticas económicas más de izquierdas -asistencialistas, intervencionistas-, pero es una sociedad conservadora en cuanto a los valores. De hecho, más del 70% está en contra del aborto, el 50% rechaza la unión civil entre personas del mismo sexo y el 60%, la despenalización de la marihuana.

Conscientes de ello, los candidatos han evitado este tipo de cuestiones en los debates y han preferido centrarse en la corrupción y la economía. En esta última cuestión, Rousseff y Silva han destacado sus diferencias. Mientras que la candidata ecologista defiende una política de corte más liberal, con una intervención mínima del Estado en la economía -un programa con el que ha cautivado a los mercados financieros-, la mandataria está a favor de una política más intervencionista, con préstamos subsidiados a empresas, control de precios en algunos productos o la aplicación de barreras para la entrada y salida de divisas.