La influencer veinteañera Florence Given, residente en Londres, ha escrito un libro sugerente que contribuirá a que las chicas jóvenes potencien su autoestima y se hagan dueñas de su propia vida. "De pequeñas nos enseñan a contar calorías y a saber decir no a la comida antes de que aprendamos a decir no a otras personas". Con esta reflexión comienza este manifiesto feminista para las nuevas generaciones que rompe de una vez por todas con los estereotipos limitantes y las creencias tóxicas del patriarcado en el que vivimos. Mi belleza no es cosa tuya, enseña que no necesitas a una pareja para ser feliz, que el auténtico amor de tu vida eres tú y que hoy es el día perfecto para tomar las riendas de tu destino", sentencia Florence.
En 2019 la revista Cosmopolitan la designó Influencer del Año, y en la actualidad cuenta con más de 600.000 seguidores en Instagram. Ha acudido como invitada al programa BBC Breakfast para hablar sobre el estigma de ser una mujer soltera y también a NBC News para defender la campaña que ella mismo lideró contra la serie gordofóbica Insatiable, además de colaborar con la marca de productos de higiene femenina Always en su campaña #EndPeriodPoverty (orientada a luchar contra la pobreza menstrual, la falta de acceso a compresas y tampones por problemas económicos), y su post recibió más de doscientos mil likes, cada uno de los cuales se materializó en la entrega de un producto sanitario gratuito a personas necesitadas.
Con afirmaciones rotundas como "no tienes que ser bella", intenta ahora derribar muchos mitos del patriarcado en el que vivimos. Esta cita cambió la vida de Florence e inspiró el título del libro. Cuenta la artista que la frase le embarcó en una travesía de descubrimiento de su identidad, viaje en el que se vio forzada a explorar en su interior a fondo por primera vez y que hizo que se preguntara a santo de qué se estaba sometiendo a unos rituales de belleza invasivos, en ocasiones hasta dolorosos y que consumían muchas horas de su tiempo libre. "Me di cuenta de hasta qué punto mi grado de autoestima se hallaba condicionado por el hecho de que resultara atractiva o no a los hombres, y de que esa belleza fuera suficiente para instarles a tratarme con respeto", reconoce.
Fue consciente de que la atención que cosechaba con su belleza implicaba, sin embargo, que la mayoría de los hombres la vieran como un objeto, "y ellos no respetan a los objetos. Después de todo, consideramos que el objeto está ahí para ser utilizado sin más; la relación que establecemos con los objetos no es recíproca, es unilateral", reflexiona.
Esta joven artista hace hincapié al señalar que esta es la razón por la que los hombres eran incapaces de aceptar que los rechazase, "y me insultaban llamándome cosas como frígida, porque los objetos supuestamente no están empoderados; son objetos". Ser consciente de eso, añade Given, le resultó incómodo y liberador al mismo tiempo. "Justo lo que se supone que has de sentir cuando creces como persona".
Cánones de belleza
Con razón sostiene que en la sociedad en la que vivimos definimos a una persona más o menos bonita según cuánto se aproxime a nuestra idea de belleza, que se basa en la blancura de la piel, la delgadez, no tener discapacidades y ser cisgénero. Por eso, las féminas que se alejan de este canon social, aunque nos parezca básico, han tenido que enfrentarse a más dificultades que las que sí se enmarcan dentro de él.
Reconoce Given que, como mujeres, nos resistimos a admitir que disfrutamos del "privilegio de ser bonitas" porque nos han enseñado que deberíamos ignorarlo y responder a los cumplidos subestimándonos y recurriendo a comentarios como "no lo soy, a la modestia". "Así que ese privilegio nuestro de ser deseables perdura en silencio, y como sociedad continuamos despolitizando nuestras preferencias sentimentales, como si no fueran problemáticas y no estuviesen cargadas de prejuicios racistas, gordofóbicos y sexistas", dice.
¿Y qué le enseñó a Given todo esto sobre lo que significa ser una mujer en este mundo? Pues que era más importante ser un objeto de deseo que cubrir sus necesidades y ser respetada como persona. "Este sistema de creencias tan dañino, unido a la baja autoestima, hizo que acabara involucrada en relaciones abusivas, puesto que no había establecido límites y no creía que merecía algo como mujer. Para ser feliz me bastaba con que alguien me deseara", recuerda la infuencer feminista.
Hoy se sigue preguntando con frecuencia cómo sería su vida si hubiera aprendido "primero que mi cuerpo me pertenece a mí y a nadie más, que el propósito de mi cuerpo y de mi aspecto físico no es agradar a todos", y se cuestiona cómo sería su vida si hubiera comprendido que no está obligada ni le debe a nadie mostrarse "agradable", "perfecta", "delicada" o "bonita", que la mejor versión de ella misma no es la que ha de desmembrarse con el fin de encajar en el espacio cedido a las mujeres en un mundo de hombres, sino la que se conserva íntegra a pesar de las reacciones de otros, haya o no espacio para ella.
"Pero no fue así y, en su lugar, sofoqué, aplasté y minimicé partes de mi verdadero yo para conseguir el refrendo que ansiaba, vivía para complacer a todos salvo a mí misma. Y no me gustaría que nadie sintiera que debe de hacer lo mismo", explica.
Por experiencia propia alerta de que no nos desquitemos con otras personas para aliviar los sentimientos de culpa que nos producen los defectos que descubrimos en nosotras mismas, "el desagradable hecho de que hemos perpetuado comportamientos y tendencias tóxicos".
Reconoce, además, que no fue hasta hace unos pocos años cuando se dio cuenta de la tremenda carga que lleva la palabra "zorra" cuando se emplea como insulto. En cuanto se dio cuenta "empecé a saltarle al cuello a cualquiera que usara esa palabra a mi alrededor", apunta.
En este sentido, la artista británica explica que hacer responsable a la gente de sus acciones es necesario, "pero también lo es concederle el mismo grado de indulgencia y el mismo espacio para crecer que nos otorgaron a nosotros cuando todavía estábamos aprendiendo", remata Florence.
Lavado de cerebro
Si quieres liberarte de la esclavitud de la deseabilidad y de unas "preferencias" impuestas, "puedes comenzar por escuchar, respetar y aprender de personas hacia las que no te sientas atraída", indica Florence. "Si solo estás dispuesta a oír los argumentos de una de las partes, en cualquier discusión estarás limitando tanto tu amplitud de miras como tu capacidad de ver más allá y por encima de tu propio punto de vista", añade.
Por eso, recomienda hacer un esfuerzo y diversificar los contenidos que consumimos. "Si consultas y accedes constantemente a los mismos medios de comunicación y contenidos hechos por las mismas personas lo verás todo a través del filtro de una mirada y jamás podrás abrir tu mente a los puntos de vista de otras personas". Y añade: "A muchas les causa malestar decir cosas agradables y positivas sobre sí mismas. Esto nos pasa mucho a las mujeres, a las que nos han enseñado que esas actitudes hacen de nosotras personas vanidosas".
En opinión de Given, vivimos en un mundo que se beneficia de nuestras inseguridades, y a menudo es el sistema patriarcal el que dice que debemos comprometernos con el amor, una clase de amor que con frecuencia nos instala "en la más coercitiva y emocionalmente debilitadora de las relaciones. Decidir qué mereces algo mejor es superradical, porque supone plantar cara a siglos de lavado de cerebro y opresión social".
Con ello, continúa apuntando, le estás diciendo al mundo que lo tienes calado, que sabes que quiere que existas según el estereotipo de casada con el primer hombre "del que te enamores perdidamente, y dando a luz a sus hijos", pero que en lugar de esto "has elegido seguir tu propio camino".
Solemos ser permisivas con estas conductas porque "nuestra baja autoestima hace que nos creemos la falsa ilusión de que esa es la clase de amor que nos merecemos, y con el paso del tiempo lo normalizamos. Cuando continuamos aceptando migajas de alguien, le damos cancha para que pueda volver a colarse en nuestra vida cuando están aburridos y nos usen de comodín porque nadie les cerró la puerta", apostilla. Y hay que rechazar esas migajas.
¿Y qué son las migajas? Pues a su juicio, cualquiera de estas cosas: los mensajes de texto, darle a like en tus fotos de Instagram, responder/reaccionar a tus historias de Instagram, enviarte mensajes de wyd (¿q haces?) al azar, decirte cosas sin venir a cuento que saben que te hincharán el ego, y presentarse por las buenas después de haber permanecido desaparecido un tiempo (ghosting). Cuando están de bajón, tú eres la "bomba de oxígeno" que consigue que se sienten mejor", concluye.