Se calcula que el café alcanzó una distancia de un par de metros, dibujando un precioso arco desde la salida de la boca hasta alcanzar el suelo del otro lado de la barra. Hubo aplausos, vítores y hasta gritos de alegría. Resulta que el lunes a la mañana, como en todos los sitios, en nuestro querido templo del cortado mañanero no se hablaba de otra cosa que del terremoto. Y uno de los viejillos, serio, erguido, con voz profunda y segura, relató ante los presentes cómo él, estando en la cama en la hora H el día D, pensó para sus adentros que, tras la alubiada de la comida, el temblor que sintió en la cama cuando estaba pillando el sueño era producto de sus propios cuescos. Contó esto con todo un lujo de detalles que me niego a reproducir. Y lo hizo mientras otro de los abueletes le estaba pegando un buen trago al café. Claro, le entró la risa y tuvimos lluvia de interior. Le salió algo de líquido hasta por la nariz, sin perder de vista que, del descojono, la txapela se le fue también al suelo. Fregona mediante, los aitites se tiraron todo el día rememorando catástrofes varias, mientras nuestro amado escanciador de café y otras sustancias mantenía que debe existir una razón oculta para que el apagón fuera en día festivo en Álava y el terremoto también. Así que ya tenemos teoría conspiranoica en marcha...
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