Está el monte precioso. En estas fechas hay una variedad de colores que merece la pena ser observado. Los ocres y rojizos de las hojas que aún no han caído dan una tonalidad tan particular a las masas arbóreas que pueblan el territorio que uno se anima a calzarse las botas para intentar parecerse a un mendizale con pedigrí. Sin embargo, supongo que a ojos entrenados, un dominguero que se acerca hasta las faldas del Gorbea para fotografiar el entorno y fotografiarse en el entorno seguirá siendo un dominguero. Hay cosas que no se pueden ocultar, como el postureo en ciertos ambientes. Llevar la mochila a la espalda y equipamiento de vanguardia desde los pies a la cabeza para recorrer unos cientos de metros no significa que el que lo lleva puesto sepa por dónde le da el aire. Esta estampa es tan tradicional como la búsqueda de setas y bayas por parte de advenedizos o como el que tiene alma de explorador y acaba perdido en medio del monte por exceso de ardor aventurero y por defecto de sentido común, conocimiento y cautela. Al respecto, hay máximas sacados del refranero que da voz a la sabiduría popular, como aquel que dice que de todo tiene que haber en la casa del Señor, que se ciñen a la perfección a esta situación que les traslado.