Fascinada me tiene la gestión comunicativa que la Junta de Andalucía está haciendo de la crisis de los cribados de cáncer de mama. Cuando el escándalo salta a los medios, la primera reacción del Ejecutivo de Juanma Moreno es, faltaría más, restarle trascendencia: su consejera de Salud habla de “tres casos puntuales”. Si cuela, cuela. A día de hoy, casi un mes después, no se conoce con precisión cuántas mujeres se han visto afectadas –se supone que unas 2.000, según la propia Junta–, pese a que el 3 de octubre la consejera aseguraba que el Servicio Andaluz de Salud había comenzado a llamar una por una a todas las mujeres con pruebas “no concluyentes”. Dimitir sería “lo fácil”, dijo entonces la consejera. Lo fácil, dice... Moreno Bonilla tranquilizaba hablando de un protocolo en casos dudosos para no generar ansiedad a las pacientes. Cinco días después, Moreno Bonilla, no sé si con ansiedad o no, anunciaba la dimisión de la consejera, aunque a estas alturas ya sonaba más a intento de cortafuegos. Y entra en escena el nuevo consejero de Salud: “No se puede jugar con el sistema ni dañar su credibilidad”. No habla de la cagada sideral de gestión que pende sobre las cabezas de estas mujeres. No. Acusa con el dedo justiciero a la asociación Amama por denunciar el borrado de historiales médicos relacionados con mamografías y ecografías. Esperpento.