Pues no sé muy bien qué decir. Supongo que tengo una relación de amor-odio con la naturaleza. Yo, adoro a la flora y, sobre todo, a la fauna. Y esta, por lo visto, me tiene manía. Lo escribo porque hace apenas unos días, durante una semana de descanso, uno de esos bichitos que tanto predicamento tienen y que tan bien se portan con la humanidad por los beneficios que aporta su discurrir por el medio ambiente, decidió picarme en una de las muñecas, que por aquello de las reacciones en cadena, se transformó en un globo difícil de manejar. Para más inri, el sempiterno color blancuzco de mi piel se transformó entonces en una paleta completa de tonos rojizos y violáceos, que cubrió gran parte del antebrazo, con arabescos incluidos, trazando una suerte de tatuaje confeccionado por la madre naturaleza, síntoma de que la cosa no iba a ser inocua. Todo ello me sirvió para ponerme en marcha y conocer a la fuerza un poco por encima otra sanidad pública diferente a la vasca. Y, por lo visto, no tengo absolutamente nada que reprochar. Antes al contrario: la atención fue extremadamente rápida y eficaz, ayudando a mi fisonomía a regresar a su normalidad, ya anormal por el paso del tiempo y las circunstancias vitales. En fin, que ni descansando tengo tregua. l